Sancho Panza
Mi querido Sancho Panza:
Al saludarte no sé cómo
hacerlo. Eres demasiado sencillote y representas al común de los servidores
fieles. Para muchos tú eres el pobre de la película y que el saca la peor
parte.
Como tú y yo nos entendemos, por ser del pueblo, creo que no
hay palabras subidas para nuestro saludo. Quizá con un ¡hola qué tal! sea
suficiente. Así que: ¡Hola, amigo Sancho!
Cuando era
estudiante de bachillerato oí hablar de ti. Y las referencias que tenía no eran
muy halagadoras, que digamos. Decían los profesores de literatura que eras la
encarnación del hombre que no tiene aspiraciones. Te caracterizaban por ser
gordo y que pensabas sólo en comida. Cuando pensábamos en ti, a muchos nos daba
risa, al compararte con el bueno de la película que era tu amo Don Quijote. Por
cierto que también le mandé una carta. Te lo digo para que no te vayas a
disgustar cuando te enteres que también le escribí a él.
Reconozco que en bachillerato no me interesaba tu historia.
Colocaban al Quijote como el hombre de ideales. Y a ti como la contrafigura.
Como quería salir del paso, a la hora del examen, me conformé con aprenderme
algunas pequeñas cosas. En parte, porque el profesor iba muy deprisa. Y, en
parte, porque a esa edad se es muy cómodo. No queremos complicarnos la vida con
los estudios. Se estudia para pasar el examen. Y nada más.
Fue cuando era estudiante del segundo año de filosofía que
me entró curiosidad por leer tu historia. Y me volvía a reír. Pero ya no de ti,
sino de tus ocurrencias. Me desarticulaba de la risa cuando pagabas los platos
rotos por las ideas de tu patrón, quien tenía complejos de Caballero andante,
en una época en que no era usual esa manera de aventuras. Recuerdo cuando en la
manta te aventaron al aire. O cuando tuviste que tomar aquel brebaje que
preparó el loco de tu amo y que te puso a botar por “ambas canales”, como
aparece textualmente en el libro. Y todavía me da risa.
Cuando era niño escuchaba esta expresión muy popular: “El
hijo de la panadera”. Y con ella se indicaba que se era menos favorecido en
muchas circunstancias de la vida. Si cualquier cosa salía mal le echaban a uno
la culpa. Entonces, se decía: “Claro, como soy el hijo de la panadera”. O sea
el pobretón. Y tu, amigo Sancho, en la obra de Cervantes, eres “el hijo de la
panadera”. Tu siempre sacas la parte menos favorecida en cada actuación de Don
Quijote, a quien se le ocurría ver gigantes donde sólo había molinos. O
castillos donde no había más que una simple hospedería o venta. O ejércitos
donde sólo existía un rebaño de ovejas. O hermosura sin par, donde no había tal
belleza. Y a ti te tocaba sufrir las consecuencias de las insólitas ocurrencias
de tu amo.
No tenías derecho a opinar. A pesar de que siempre tenías la
razón. Pero como el que sabía era el hidalgo Caballero, tus opiniones eran
ignoradas.
Poco a poco te fuiste convenciendo de la locura de tu amo,
aunque al principio, el loco eras tú por creer semejantes inventos. Claro, tu
situación no era muy buena. Tu amo te ofreció una ínsula para gobernarla tu
solito. Y veía que esta ínsula era una buena oportunidad de mejorar tu suerte
de labriego. Y es aquí donde muchos te clasifican como un interesado.
Pero pienso, a pesar de que digan todo eso y más, tú eras
más cuerdo que cualquiera que presuma serlo. Pues tú eras realista. Ese era tu
mundo. No había más allá. Esa era tu realidad. Para muchos y para el mismo Don
Quijote tu representas la persona inoportuna y torpe. De allí proviene la
famosa palabra “mentecato” que muchas veces utilizaba tu amo al referirse a ti.
Sin embargo, tienes que reconocer, Sancho, que tú al comienzo era más loco que
tu amo. Ya que se te podría aplicar el refrán aquel de que “es más loco el que
anda con el loco que el loco mismo”. Porque le cree al loco. Y eso es una
locura mayor. Y tu le creíste. No me lo vengas a negar. Claro que te diste
cuenta allá en la Sierra
Morena cuando tu amo le escribe una carta a su Dulcinea del
Toboso y te manda que se la lleves. Y antes de partir hace algunas demostraciones
para que tu le cuentes a Dulcinea. Es cuando tú lo bautizas como el Caballero
de la Triste Figura ,
porque lo ves casi en cueros. Allí te convences que estaba loco. Y allí tu
vuelves a ser cuerdo. ¡Al fin!
¿Sabes, Sancho? Mucha gente todavía hoy al referirse a los
muchos Sanchos que hay en el mundo tiene la osadía de llamarlos “mentecatos” y
se burlan porque consideran que no tienen ideales ni espíritu de superación.
Pero se les olvida que los Sanchos, los como tú, con sus refranes y dichos populares,
son más sabios. Ven lo que es. Y muchas veces es distinto de los castillos y
gigantes de las aventuras de sus amos.
¿Sabes qué? Yo pienso que los Sanchos Panzas, los como tu,
son necesarios en la sociedad. Son ellos los más realistas. Y tal vez demasiado.
Si los Quijotes se dejaran guiar, o por lo menos escucharan las observaciones
de los Sanchos, muchas cosas serían distintas. Lo que pasa es que como ellos,
los amos como el tuyo, se creen que sólo ellos y nada más que ellos son los que
saben y conocen. Y son los que tienen razón. Pero tú y yo sabemos que no es
así. Dejémoslos que vean castillos donde solo hay una pequeña venta de arepas.
Total. Somos los Sanchos.
Se me ocurre algo, Sancho: vamos a formar un club de gente
como tú y como yo. Que tal si lo llamamos los Sanchos, o la Sanchería. Piénsalo.
Claro, que tú eres el Presidente vitalicio. ¡Piénsalo, vale!. Después hablamos.
Pero no me dejes afuera. ¡Cuidado! Mira que el de la idea fui yo. No.
Tranquilo, es jugando. Además yo sé que tú eres noble y buena gente. Pero por
si acaso. No se sabe.
Chao:
Daniel
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