Juan Gabriel:
Hola, amigo:
Con toda mi admiración y
respeto quiero escribirte. Así les prometí a unos amigos. Y no puedo fallarles.
Antes de todo, quiero agradecerte por tu música. En ella hay
mucha poesía y optimismo. Cada vez que tengo oportunidad te escucho y no puedo
dejar de sentir alegría, entusiasmo y no sé qué de cosa bonita.
Anoche mismo. Estaba en una casa de familia. Me habían
invitado a cenar. La familia estaba muy contenta porque había comprado un nuevo
equipo de sonido, de esos portátiles nuevos, que son muy prácticos. Y lo
estaban estrenando con un disco de los tuyos. La cena era pescado. Muy sabroso,
por cierto. Y tu música sonaba de fondo. Y no podía disimular la alegría de que
tú también estuvieras cenando con nosotros. Nos hacías compañía con tu arte. De vez en cuando comentábamos algunas de tus
canciones. Nos deteníamos en algunas partes que nos llamaban la atención. Y
fueron muchos los comentarios que surgieron.
Uno de ellos fue que realmente la música es un arte muy
bello. Y que a quien no le guste la música no sabe disfrutar lo bello que es la
vida. Otro fue que tú eres un poeta de la música. Tal vez por eso es que eres
especial. Por lo menos, para el grupito que estábamos cenando. Yo no pude
disimular algunas lágrimas. Y comenté que si el cielo se gana por hacer el bien
a los demás, ciertamente, tú te tienes ganado el cielo. Claro, que no soy Dios.
Es simplemente un comentario. Porque, ¡cuánto bien no has hecho tú, con tu
música! ¡Cuánta alegría sana no has dado con tu arte! Y seguíamos comiendo
pescado. Y tu nos acompañabas.
Muchas otras cosas decíamos. Como, por ejemplo, que Dios
tiene que ser mucha ternura. Y tú contribuyes a que en cierta manera
experimentemos a Dios. Tal vez, el verdadero Dios. Y creo que en ese momento de
la cena estábamos siendo arrebatados por un trance místico, motivados, sin
duda, por tu música y la poesía de tu arte, doblemente bello. Sé, sin embargo,
que esto que te estoy diciendo, para muchos podrá ser escandaloso. ¡Imagínate,
que estoy diciendo que experimentábamos una sensación bonita, como ha de ser el
mismo Dios, gracias a tu música! ¡Ciertamente, un escándalo! Claro, que ese
escándalo se debe a que solamente relacionamos experiencia de Dios con Iglesia
y rezos, y todas esas cosas. Pero, ¿no son acaso los poetas, como tú, quienes
verdaderamente tienen auténtica experiencia de Dios? No digo con esto que no
hay verdadera experiencia mística en lo anterior. Sino que los poetas son
personas tocadas, muy en especial, por un don maravilloso en el descubrimiento
de la belleza de lo bello. Y ¿Dios no es belleza y lo bello, al mismo tiempo? Y
¿no es una persona especial quien tiene ese don dado por el mismo Dios para
darse a conocer? Sé que ya algunos estarán pensando que estoy diciendo que tú
eres un santo. No. Amigo, Juan Gabriel. Estoy diciendo que eres un poeta y como
tal un descubridor de la belleza. Y no estoy diciendo, ni más, ni menos. Te
hago esa aclaratoria, porque, cabe la posibilidad de que no nos entiendan. Sé,
también, y estoy seguro, que tú me estás entendiendo.
La cena continuaba. Y tú entre nosotros. La señora de la
casa comenzó a bailar una de tus melodías. Y no pude resistir la tentación de
acompañarla en el baile. Me levanté y bailamos. Todos soltaron la carcajada
porque yo no podía seguirla. Ya que soy torpe para estas cosas. Pero, era la misma
alegría que nos contagiabas con tu arte. Estábamos muy contentos. Y fue una
velada muy bonita. Muy familiar. Muy del momento. Fue un momento muy especial.
¡Cómo no disfrutarlo!
Juan Gabriel, gracias por ser artista. Gracias por cultivar
y darnos tus creaciones para alegrarnos la vida. Gracias por ayudarnos en
descubrir que la vida es bella. Gracias por ayudarnos a sentir a Dios en la
sencillez de tus canciones. Gracias. Gracias. Mil gracias. Y gracias por la
alegría de la familia de la cena de anoche.
Chao:
Daniel
No hay comentarios:
Publicar un comentario