Carta a Raskolnikov
(personaje de la novela “Crimen y castigo, de Fedor Dostoyieski, autor ruso)
Hola, Rodya…
Antes de dirigirte una carta a ti, debería escribirle una carta al autor
que te inventó, a Dostoyieski. Tal vez sea en otra ocasión que lo haga. Pero,
por ahora, quiero entablar contigo una conversación.
Eres el personaje principal de la novela Crimen y
castigo de
ese maravilloso autor ruso. Recuerdo haber leído de muchacho algunos libros de
tu padre e inventor. Creo que fueron cuatro los libros que había leído de él.
El primero, si mal no recuerdo, fue El
idiota. Sí. Ese fue el primero. Y tengo que reconocer que me impactó la
manera en que el autor entreteje la trama.
Tu creador disfruta
complicándole la vida a los personajes. En el caso del personaje principal de El idiota, como en tu caso, en la novela
Crimen y castigo, todo se enreda y se
complica.
Comienzas
llevando una vida muy solitaria. Fuiste a estudiar Derecho, o sea para abogado, en San Petesburgo (Rusia). Eras
sobresaliente y muy inteligente. Pero te empeñaste en demostrar que tú eras
capaz de hacer cosas que nadie había hecho, fruto, tal vez, de tu inteligencia.
Pero eso te llevó a la esquizofrenia, prácticamente. Lo peor de todo es que te
considerabas superior. En tus disquisiciones pensabas que a los seres
superiores, a los que eran distintos del común, a los extraordinarios, les
estaba permitido hacer cualquier cosa. Precisamente, porque eran superiores.
Decías, sobre todo en la conversación que tuviste con Porfirio Petróvich, el juez-policía que te tenía nervioso, que a
los hombres se les divide en dos clases: seres ordinarios y seres
extraordinarios. Los ordinarios han de vivir en la obediencia y no tienen
derecho a faltar a las leyes, por el simple hecho de ser ordinarios. En cambio,
los individuos extraordinarios están autorizados a cometer toda clase de
crímenes y a violar todas las leyes, sin más razón que la de ser
extraordinarios. Es esto lo que tú decías, e incluso, lo habías publicado en un
artículo de periódico. Ese artículo lo había leído Porfirio Petróvich, y a
partir de su contenido, el policía-jefe te estaba acorralando, pero no tenía
pruebas.
Tú mismo
comienzas a delatarte. Tú mismo comienzas a dar pistas para que te atrapen. Tú
mismo caes en tus propias trampas.
¿Pero, que fue
lo que pasó?
Que mataste a
la vieja, como reitera casi todo el tiempo el autor. La vieja se llamaba Elena
Ivanovna, la usurera. Tú programaste todo para matarla. Le tenías idea y animadversión.
La considerabas repudiable y fea, además de miserable y repugnante. Se le
añadía el hecho de que fuera la prestamista y la que tenía la casa de empeño.
Te justificaste que el sacrificarla a ella, matándola, era un favor a la
humanidad. Y que se te estaba permitido, como el derramar sangre le estaba
permitido a los seres superiores. Te fundamentabas en Licurgo, Solón, Mahoma,
Napoleón; e inclusive, sostenías que si las ideas de Newtow por una
circunstancia o por otra, no hubieran podido llegar a la humanidad sino
mediante el sacrificio de una, o cien, o más vidas humanas que fueran un
obstáculo para ello, Newton habría tenido el derecho, e incluso el deber, de
sacrificar esas vidas, a fin de facilitar la difusión de sus descubrimientos
por todo el mundo. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que Newton tuviera
derecho a asesinar a quien se le antojara o a cometer toda clase de robos,
decías, sino que la mayoría de esos
bienhechores y guías de la humanidad han hecho correr torrentes de sangre. Decías,
que no sólo los grandes hombres, sino aquellos que se elevan, por poco que sea,
por encima del nivel medio, y que son capaces de decir algo nuevo, son por
naturaleza, e incluso inevitablemente, criminales, en un grado variable, como
es natural. Si no lo fueran, les sería difícil salir de la rutina. No quieren
permanecer en ella, y yo creo – decías - que no lo deben hacer.
Cuando estabas
en la indecisión en lo que ya habías determinado hacer escuchaste una
conversación, precisamente, sobre la “vieja” en el bar del barrio donde vivías.
En esa conversación hablaban de la vieja
y que debería morir. Entonces, tú, encontraste justificación porque pensaste
que no eras el único que estaba pensando lo que estaba pensando sobre la vieja
y su suerte, que ya estaba echada, y que muy pronto pasaría a estarlo por
la acción del hacha con la que tú la
mataste.
Tú opinión era
que los hombres pueden dividirse, en general y de acuerdo con el orden de la
misma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la de los individuos ordinarios;
es decir, el rebaño cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos; y
otra superior, la de los verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en
su medio palabras nuevas. Naturalmente, las subdivisiones son infinitas, pero
los rasgos característicos de las dos categorías son, a mi entender – decías -,
bastante precisos. La primera categoría se compone de hombres conservadores,
prudentes, que viven en la obediencia, porque esta obediencia los encanta. Y a tu
parecer, están obligados a obedecer,
pues éste es su papel en la vida y ellos no ven nada humillante en
desempeñarlo. En la segunda categoría, todos faltan a las leyes, o, por lo
menos, todos tienden a violarlas por todos sus medios.
Los hombres de
la primera categoría son dueños del presente; los de la segunda del porvenir.
La primera conserva el mundo, multiplicando a la humanidad; la segunda empuja
al universo para conducirlo hacia sus fines. Las dos tienen su razón de
existir.
En este punto
de la novela, el autor juega maravillosamente, y hace que tu hables de la Nueva Jerusalén , y hasta del
tema de Dios. Temas en los que Porfirio Petróvich te va envolviendo y te va
ahondando el sufrimiento de conciencia que tenías. Pero te sentías con derecho
de sentirte un hombre superior. Y no veías que te sintieras culpable de mata a
la “vieja” usurera. Aquí es cómico un poco el transcurso de la novela, ya que
tú no sentías remordimiento de haber matado a la “vieja”, pero si de haber
matado a la hermana de la vieja, a Lisbet, quien no estaba en tus planes cuando
programaste el asesinato, que según tú, era un beneficio para la sociedad.
Toda la novela
transcurre en tus crisis emocionales. Te haces amigo de Sonia Semionovna
Marmeladova, de quien te enamoras. Ella era una prostituta que se había hecho
tal para poder mantener a sus hermanos y a su madrastra. Te sientes
identificado con ella, por el tipo de bajos mundos en los que ambos se
encontraban. Ella, ciertamente, te ayuda. Y es ella quien te lleva a
re-encontrarte contigo mismo en el asumir los hechos de tu vida. Ella se entera
de que tú mataste a la “vieja”. Pero no porque tú se lo contaste. Ella fue
haciendo conexiones de tus enfermedades repentinas y recaídas y de tus
conversaciones que decían y no decían nada, pero que te auto-acusaban, y en los
que tú disfrutabas tanto, que parecía más bien masoquismo. Gozabas haciéndote
sufrir tú mismo, en ese círculo envolvente en el que te lleva el autor, que se
llega casi a la desesperación como lector, porque en la siguiente página la
trama se vuelve a complicar más de lo que ya estaba. Y en ese estilo, el autor
se da vida al llevarlo a uno como lector a ir descubriendo facetas nueva. Por
eso, es que sus novelas son consideradas de gran contenido psicológico.
Un detalle muy
bonito y sugestivo de tu situación, y que es recurso del autor, por supuesto,
está en que Sonia te lee el pasaje de los Evangelios donde se relata la
resurrección de Lázaro. Esa lectura te impacta. Y desde ese momento, la novela
adquiere un toquecito especial. Pareciera que fuera como una parte nueva de la
misma novela. De hecho, desde ahí comienza sutilmente a sentirse la idea de la
resurrección, en la que tú te vas sumergiendo, con la ayuda de Sonia, quien te
invita a que te entregues y confieses. Tú quieres y no quieres. Sufres. Luchas.
Entras en depresión. Caes en delirios. Tienes fiebres inexplicables. Vives un
infierno, literalmente. Es ahí en donde se comprende el título de la novela: “Crimen y castigo”.
Todo sigue en
esa ambigüedad de sentimientos. En que si, pero en que no. Y en que los dos al
mismo tiempo. Muy interesante.
Después tú
confiesas. Nadie te cree. Pero todos los datos que tú das concuerdan con lo
sucedido. Hasta encuentras lo que robaste en la casa de la usurea donde tú
dijiste que estaban cuando lo escondiste. Todo coincidía. Y eso te aligera un
poco el castigo a la hora de la sentencia, porque demuestra que tú hiciste lo
que hiciste en un estado de debilidad mental y de perturbación.
Sonia te
acompaña. Te está cercano. Y vuelve a aparecer el detalle, antes de ir a
entregarte, de la lectura del Evangelio del episodio de la resurrección de
Lázaro. Te sentencian a siete años de cárcel, si mal no recuerdo. En la cárcel
se dan otros detalles, pero que no quiero resaltar, sino en el que te vas
transformando de esquivo y huraño e intratable a de trato más humano y
sociable, sobre todo después de que una de las visitas de Sonia, ustedes se
declaran su amor. Proceso de transformación… Tal vez, se trataba de comprender
el proceso de inversión de hombre extraordinario a hombre ordinario, que era la
idea que tú querías demostrar.
Muy
interesante, sin duda.
Ahora bien,
Rodya… ¿No tendrás razón en eso de la división de los hombres en dos
categorías, en la de extraordinarios y en la de ordinarios, en la de los seres
superiores y en los que obedecen como rebaños, de manera natural? Al ver el
mundo de hoy, ¿no se estará aplicando esa teoría, de la que los que consideran
superiores, les está permitido hasta derramar sangre para imponer sus ideas?
Perdón…. Que me
haya ido por ahí…
Perdón… Perdón…
Bueno…. Muy
bueno tu desenlace en esa novela. Mejor, todavía el trabajo de tu inventor y
autor…
Ah, se me
olvidaba decirte, las otras novelas de tu autor, que había leído de muchacho.
Son ellas, Los hermanos Karamasov, y, el Jugador. Esta última no la leí
completa, a pesar de que lo intenté varias veces.
Otro detalle:
tuve que leer por segunda vez la novela en donde tú apareces, Crimen y castigo,
a raíz de una citación de alguien que estaba hablando de ti. Ese alguien había
dicho que el juez-policía, Porfirio Petróvich, te insistía en que te
entregaras. Estuve tentado de levantar la mano para decir que no era así. Que
yo recordaba que Porfirio Petróvich no te había dicho eso. Pero me callé,
porque no estaba seguro. Eso me obligó a volver a leer la novela. ¿Y, sabes,
qué? Yo tenía razón. Porfirio Petróvich, nunca te dice que te entregues, por la
sencilla razón de que no tenía pruebas. Tenía algunas sospechas por lo de tu
artículo publicado, en donde tú exponías las ideas que ya dijimos. Eso me
obligó a leerte otra vez. Pero, fue sabroso. Lo disfruté otra vez. Y volví a
descubrir cosas nuevas…
Bueno….
Chao…
No hay comentarios:
Publicar un comentario