jueves, 17 de marzo de 2016

Carta a Raskolnikov: (del libro El piar de un gorrión)

Carta a Raskolnikov

(personaje de la novela “Crimen y castigo, de Fedor Dostoyieski, autor ruso)


Hola, Rodya…
Antes de dirigirte una carta a ti, debería escribirle una carta al autor que te inventó, a Dostoyieski. Tal vez sea en otra ocasión que lo haga. Pero, por ahora, quiero entablar contigo una conversación.
Eres el personaje principal de la novela Crimen y castigo de ese maravilloso autor ruso. Recuerdo haber leído de muchacho algunos libros de tu padre e inventor. Creo que fueron cuatro los libros que había leído de él. El primero, si mal no recuerdo, fue El idiota. Sí. Ese fue el primero. Y tengo que reconocer que me impactó la manera en que el autor entreteje la trama.
Tu creador disfruta complicándole la vida a los personajes. En el caso del personaje principal de El idiota, como en tu caso, en la novela Crimen y castigo, todo se enreda y se complica.
Comienzas llevando una vida muy solitaria. Fuiste a estudiar Derecho, o sea para abogado, en San Petesburgo (Rusia). Eras sobresaliente y muy inteligente. Pero te empeñaste en demostrar que tú eras capaz de hacer cosas que nadie había hecho, fruto, tal vez, de tu inteligencia. Pero eso te llevó a la esquizofrenia, prácticamente. Lo peor de todo es que te considerabas superior. En tus disquisiciones pensabas que a los seres superiores, a los que eran distintos del común, a los extraordinarios, les estaba permitido hacer cualquier cosa. Precisamente, porque eran superiores. Decías, sobre todo en la conversación que tuviste con Porfirio Petróvich,  el juez-policía que te tenía nervioso, que a los hombres se les divide en dos clases: seres ordinarios y seres extraordinarios. Los ordinarios han de vivir en la obediencia y no tienen derecho a faltar a las leyes, por el simple hecho de ser ordinarios. En cambio, los individuos extraordinarios están autorizados a cometer toda clase de crímenes y a violar todas las leyes, sin más razón que la de ser extraordinarios. Es esto lo que tú decías, e incluso, lo habías publicado en un artículo de periódico. Ese artículo lo había leído Porfirio Petróvich, y a partir de su contenido, el policía-jefe te estaba acorralando, pero no tenía pruebas.
Tú mismo comienzas a delatarte. Tú mismo comienzas a dar pistas para que te atrapen. Tú mismo caes en tus propias trampas.
¿Pero, que fue lo que pasó?
Que mataste a la vieja, como reitera casi todo el tiempo el autor. La vieja se llamaba Elena Ivanovna, la usurera. Tú programaste todo para matarla. Le tenías idea y animadversión. La considerabas repudiable y fea, además de miserable y repugnante. Se le añadía el hecho de que fuera la prestamista y la que tenía la casa de empeño. Te justificaste que el sacrificarla a ella, matándola, era un favor a la humanidad. Y que se te estaba permitido, como el derramar sangre le estaba permitido a los seres superiores. Te fundamentabas en Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón; e inclusive, sostenías que si las ideas de Newtow por una circunstancia o por otra, no hubieran podido llegar a la humanidad sino mediante el sacrificio de una, o cien, o más vidas humanas que fueran un obstáculo para ello, Newton habría tenido el derecho, e incluso el deber, de sacrificar esas vidas, a fin de facilitar la difusión de sus descubrimientos por todo el mundo. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que Newton tuviera derecho a asesinar a quien se le antojara o a cometer toda clase de robos, decías,  sino que la mayoría de esos bienhechores y guías de la humanidad han hecho correr torrentes de sangre. Decías, que no sólo los grandes hombres, sino aquellos que se elevan, por poco que sea, por encima del nivel medio, y que son capaces de decir algo nuevo, son por naturaleza, e incluso inevitablemente, criminales, en un grado variable, como es natural. Si no lo fueran, les sería difícil salir de la rutina. No quieren permanecer en ella, y yo creo – decías - que no lo deben hacer.
Cuando estabas en la indecisión en lo que ya habías determinado hacer escuchaste una conversación, precisamente, sobre la “vieja” en el bar del barrio donde vivías. En esa conversación hablaban de la  vieja y que debería morir. Entonces, tú, encontraste justificación porque pensaste que no eras el único que estaba pensando lo que estaba pensando sobre la vieja y su suerte, que ya estaba echada, y que muy pronto pasaría a estarlo por la  acción del hacha con la que tú la mataste.
Tú opinión era que los hombres pueden dividirse, en general y de acuerdo con el orden de la misma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la de los individuos ordinarios; es decir, el rebaño cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos; y otra superior, la de los verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en su medio palabras nuevas. Naturalmente, las subdivisiones son infinitas, pero los rasgos característicos de las dos categorías son, a mi entender – decías -, bastante precisos. La primera categoría se compone de hombres conservadores, prudentes, que viven en la obediencia, porque esta obediencia los encanta. Y a tu parecer,  están obligados a obedecer, pues éste es su papel en la vida y ellos no ven nada humillante en desempeñarlo. En la segunda categoría, todos faltan a las leyes, o, por lo menos, todos tienden a violarlas por todos sus medios.
Los hombres de la primera categoría son dueños del presente; los de la segunda del porvenir. La primera conserva el mundo, multiplicando a la humanidad; la segunda empuja al universo para conducirlo hacia sus fines. Las dos tienen su razón de existir.
En este punto de la novela, el autor juega maravillosamente, y hace que tu hables de la Nueva Jerusalén, y hasta del tema de Dios. Temas en los que Porfirio Petróvich te va envolviendo y te va ahondando el sufrimiento de conciencia que tenías. Pero te sentías con derecho de sentirte un hombre superior. Y no veías que te sintieras culpable de mata a la “vieja” usurera. Aquí es cómico un poco el transcurso de la novela, ya que tú no sentías remordimiento de haber matado a la “vieja”, pero si de haber matado a la hermana de la vieja, a Lisbet, quien no estaba en tus planes cuando programaste el asesinato, que según tú, era un beneficio para la sociedad.
Toda la novela transcurre en tus crisis emocionales. Te haces amigo de Sonia Semionovna Marmeladova, de quien te enamoras. Ella era una prostituta que se había hecho tal para poder mantener a sus hermanos y a su madrastra. Te sientes identificado con ella, por el tipo de bajos mundos en los que ambos se encontraban. Ella, ciertamente, te ayuda. Y es ella quien te lleva a re-encontrarte contigo mismo en el asumir los hechos de tu vida. Ella se entera de que tú mataste a la “vieja”. Pero no porque tú se lo contaste. Ella fue haciendo conexiones de tus enfermedades repentinas y recaídas y de tus conversaciones que decían y no decían nada, pero que te auto-acusaban, y en los que tú disfrutabas tanto, que parecía más bien masoquismo. Gozabas haciéndote sufrir tú mismo, en ese círculo envolvente en el que te lleva el autor, que se llega casi a la desesperación como lector, porque en la siguiente página la trama se vuelve a complicar más de lo que ya estaba. Y en ese estilo, el autor se da vida al llevarlo a uno como lector a ir descubriendo facetas nueva. Por eso, es que sus novelas son consideradas de gran contenido psicológico.
Un detalle muy bonito y sugestivo de tu situación, y que es recurso del autor, por supuesto, está en que Sonia te lee el pasaje de los Evangelios donde se relata la resurrección de Lázaro. Esa lectura te impacta. Y desde ese momento, la novela adquiere un toquecito especial. Pareciera que fuera como una parte nueva de la misma novela. De hecho, desde ahí comienza sutilmente a sentirse la idea de la resurrección, en la que tú te vas sumergiendo, con la ayuda de Sonia, quien te invita a que te entregues y confieses. Tú quieres y no quieres. Sufres. Luchas. Entras en depresión. Caes en delirios. Tienes fiebres inexplicables. Vives un infierno, literalmente. Es ahí en donde se comprende el título de la novela: “Crimen y castigo”.
Todo sigue en esa ambigüedad de sentimientos. En que si, pero en que no. Y en que los dos al mismo tiempo. Muy interesante.
Después tú confiesas. Nadie te cree. Pero todos los datos que tú das concuerdan con lo sucedido. Hasta encuentras lo que robaste en la casa de la usurea donde tú dijiste que estaban cuando lo escondiste. Todo coincidía. Y eso te aligera un poco el castigo a la hora de la sentencia, porque demuestra que tú hiciste lo que hiciste en un estado de debilidad mental y de perturbación.
Sonia te acompaña. Te está cercano. Y vuelve a aparecer el detalle, antes de ir a entregarte, de la lectura del Evangelio del episodio de la resurrección de Lázaro. Te sentencian a siete años de cárcel, si mal no recuerdo. En la cárcel se dan otros detalles, pero que no quiero resaltar, sino en el que te vas transformando de esquivo y huraño e intratable a de trato más humano y sociable, sobre todo después de que una de las visitas de Sonia, ustedes se declaran su amor. Proceso de transformación… Tal vez, se trataba de comprender el proceso de inversión de hombre extraordinario a hombre ordinario, que era la idea que tú querías demostrar.
Muy interesante, sin duda.
Ahora bien, Rodya… ¿No tendrás razón en eso de la división de los hombres en dos categorías, en la de extraordinarios y en la de ordinarios, en la de los seres superiores y en los que obedecen como rebaños, de manera natural? Al ver el mundo de hoy, ¿no se estará aplicando esa teoría, de la que los que consideran superiores, les está permitido hasta derramar sangre para imponer sus ideas?
Perdón…. Que me haya ido por ahí…
Perdón… Perdón…
Bueno…. Muy bueno tu desenlace en esa novela. Mejor, todavía el trabajo de tu inventor y autor…
Ah, se me olvidaba decirte, las otras novelas de tu autor, que había leído de muchacho. Son ellas, Los hermanos Karamasov, y, el Jugador. Esta última no la leí completa, a pesar de que lo intenté varias veces.
Otro detalle: tuve que leer por segunda vez la novela en donde tú apareces, Crimen y castigo, a raíz de una citación de alguien que estaba hablando de ti. Ese alguien había dicho que el juez-policía, Porfirio Petróvich, te insistía en que te entregaras. Estuve tentado de levantar la mano para decir que no era así. Que yo recordaba que Porfirio Petróvich no te había dicho eso. Pero me callé, porque no estaba seguro. Eso me obligó a volver a leer la novela. ¿Y, sabes, qué? Yo tenía razón. Porfirio Petróvich, nunca te dice que te entregues, por la sencilla razón de que no tenía pruebas. Tenía algunas sospechas por lo de tu artículo publicado, en donde tú exponías las ideas que ya dijimos. Eso me obligó a leerte otra vez. Pero, fue sabroso. Lo disfruté otra vez. Y volví a descubrir cosas nuevas…
Bueno….

Chao…

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