jueves, 17 de marzo de 2016

Carta a Pedro Apóstol: (del libro El piar de un gorrión)

Carta a Pedro Apóstol



Hola, Pedrito:

Quiero justificar de inmediato por qué te llamo Pedrito. Porque me eres simpático y porque eres como yo, en muchas de las cosas. A lo mejor sea una declaración de amistad muy directa. Pero es así. Tal vez, ni te consideres mi amigo. Pero yo me atrevo a considerar que sí.
         Pedrito, así te llamo. Y cuando pienso en ti, me digo siempre, así en demasiada confianza: este Pedrito, si que es especial.
         Te imagino al lado de Jesús de Nazareth. Siguiéndolo por todos lados, con la esperanza de un reino, al estilo David. Las cosas parecían que se te iban a poner buenas. Te alistas al nuevo líder. Este da el golpe y te acomodas. Pero Jesús hablaba de un reino que no se trataba de aquí, de la tierra. Y tu, y contigo todos los demás, se hacían ilusiones de un buen puesto. Pero no entendían. Y, entonces, tu y tus salidas típicas de una persona que tiene claro lo que quiere, y que no entiende otra cosa, de lo que se ve en la inmediatez. Jesús hablaba de un reino. Esa era la esperanza de todo Israel. Tú eres israelita. Luego, tenías las mismas esperanzas de ese reino. Ahí que tu te oponías a Jesús cuando él hablaba que tenía que ir a Jerusalén, sufrir, ser entregado y morir. ¿Cómo es posible? Y Jesús te regaña y te pone en tu lugar al decirte que te apartes porque no entiendes. Quedaste mal parado. Y eso que momentos antes, según nos dice el Evangelio de Marcos, tú dijiste que él era el Mesías, el que tenía que venir, el esperado. Se trataba, sin duda, de una salida inspirada por Dios en tu impulsividad. Dijiste lo que dijiste y no supiste lo que decías. Porque inmediatamente pones la torta.
         ¡Ay, Pedrito, Pedrito!
         Cada vez que Jesús hablaba que tenía que morir, tú intervienes. Te entiendo y te doy la razón. Y, ¿dónde queda, entonces, el reino? Y siempre sacas la peor parte. Allá, en el Huerto de los Olivos, por ejemplo. Vienen a llevarse preso a Jesús y tu sacas de una vez la espada para defenderlo y defenderse. Porque eso significaba que si se llevaban al jefe también irían sus acompañantes. Había que sacar la espada. Había que hacer una amenaza. Y tú lo hiciste. Y volviste a quedar mal parado. Otro regaño de Jesús. No era justo. ¿Qué le pasará a éste? ¿Qué se habrá creído? Tanto coraje tuyo, ¿para qué? Lo peor del caso, es que Marcos no dice que fuiste tu, sino que uno de los que allí estaban. Pero, el chismoso fue Juan. Tenía que rayarte al decir que habías sido tu. Te nombra. ¡Qué falta de compañerismo, no te parece! ¡Así andaban las cosas entre ustedes, qué se podía esperar!
         ¡Y no que ibas a ser fiel hasta el final si cuando te preguntan si eres del mismo grupo de ese que van sentenciar, lo niegas! ¡Un adulador eres lo que eres, Pedrito! Claro. Antes, todo. ¡Te estabas asegurando un puestesito para cuando se diera el golpe! Pero, cuando las cosas se complican, nada de nada. Ni lo conozco. ¡Ahora, sí!
         ¡Cómo son las cosas, amigo Pedro! Resulta que la cosa iba más allá. Tú tenías razón en tus salidas. Pero también las tenía Jesús. Iban por caminos diversos. Y allí es donde está todo el meollo. Jesús sabía lo que hacía. Te tenía, ciertamente, para un puesto y bueno. Tú aspirabas otro. Pero te dieron uno mejor, todavía. No te puedes quejar. Te saliste con la tuya. No resultaron en vano tus salidas e impulsividades, Pedrito.
         Ahora bien. Yo me veo en ti, Pedrito. Soy demasiado inmediatista. Veo las cosas que veo. Y no más allá. No tengo esa capacidad de mirar un poquito más allá de las circunstancias actuales. Soy impulsivo. A veces, me controlo, cuando veo clarito que me conviene quedarme tranquilo. Pero cuando no veo ninguna conveniencia exploto y digo lo que digo. Después me arrepiento. Casi siempre pongo la torta. Y me duele que sea así. Y, entonces, me hace sufrir. Y me lamento de mi impulsividad y de mi inmediatez. Y me digo pero por qué. Y enseguida me consuelo contigo, porque me digo, si Dios se fijó en mí, fue precisamente, a pesar de todo eso. Ahí está Pedrito. Tranquilo. Mírate en él. Y me alegro. Aun cuando no entienda muchas cosas y ponga la torta.
         Oye, Pedrito, gracias por estar con tus torpezas. Y creo que con todo lo que te rayaron los que cuentan los evangelios, es bueno para mí. Así que gracias a esos chismosos que te querían hacer quedar mal, yo quedo bien. Sin duda, existe en esa intención de los escritores una inspiración de Dios y una teología. Gracias en todo caso.
         Hasta luego, Pedrito:


         Daniel

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