Carta a Pedro Apóstol
Hola, Pedrito:
Quiero justificar de
inmediato por qué te llamo Pedrito. Porque me eres simpático y porque eres como
yo, en muchas de las cosas. A lo mejor sea una declaración de amistad muy
directa. Pero es así. Tal vez, ni te consideres mi amigo. Pero yo me atrevo a
considerar que sí.
Pedrito, así te llamo. Y cuando pienso en ti, me digo
siempre, así en demasiada confianza: este Pedrito, si que es especial.
Te imagino al lado de Jesús de Nazareth. Siguiéndolo por
todos lados, con la esperanza de un reino, al estilo David. Las cosas parecían
que se te iban a poner buenas. Te alistas al nuevo líder. Este da el golpe y te
acomodas. Pero Jesús hablaba de un reino que no se trataba de aquí, de la
tierra. Y tu, y contigo todos los demás, se hacían ilusiones de un buen puesto.
Pero no entendían. Y, entonces, tu y tus salidas típicas de una persona que
tiene claro lo que quiere, y que no entiende otra cosa, de lo que se ve en la
inmediatez. Jesús hablaba de un reino. Esa era la esperanza de todo Israel. Tú
eres israelita. Luego, tenías las mismas esperanzas de ese reino. Ahí que tu te
oponías a Jesús cuando él hablaba que tenía que ir a Jerusalén, sufrir, ser
entregado y morir. ¿Cómo es posible? Y Jesús te regaña y te pone en tu lugar al
decirte que te apartes porque no entiendes. Quedaste mal parado. Y eso que
momentos antes, según nos dice el Evangelio de Marcos, tú dijiste que él era el
Mesías, el que tenía que venir, el esperado. Se trataba, sin duda, de una
salida inspirada por Dios en tu impulsividad. Dijiste lo que dijiste y no
supiste lo que decías. Porque inmediatamente pones la torta.
¡Ay, Pedrito, Pedrito!
Cada vez que Jesús hablaba que tenía que morir, tú
intervienes. Te entiendo y te doy la razón. Y, ¿dónde queda, entonces, el
reino? Y siempre sacas la peor parte. Allá, en el Huerto de los Olivos, por
ejemplo. Vienen a llevarse preso a Jesús y tu sacas de una vez la espada para
defenderlo y defenderse. Porque eso significaba que si se llevaban al jefe
también irían sus acompañantes. Había que sacar la espada. Había que hacer una
amenaza. Y tú lo hiciste. Y volviste a quedar mal parado. Otro regaño de Jesús.
No era justo. ¿Qué le pasará a éste? ¿Qué se habrá creído? Tanto coraje tuyo,
¿para qué? Lo peor del caso, es que Marcos no dice que fuiste tu, sino que uno
de los que allí estaban. Pero, el chismoso fue Juan. Tenía que rayarte al decir
que habías sido tu. Te nombra. ¡Qué falta de compañerismo, no te parece! ¡Así
andaban las cosas entre ustedes, qué se podía esperar!
¡Y no que ibas a ser fiel hasta el final si cuando te preguntan
si eres del mismo grupo de ese que van sentenciar, lo niegas! ¡Un adulador eres
lo que eres, Pedrito! Claro. Antes, todo. ¡Te estabas asegurando un puestesito
para cuando se diera el golpe! Pero, cuando las cosas se complican, nada de
nada. Ni lo conozco. ¡Ahora, sí!
¡Cómo son las cosas, amigo Pedro! Resulta que la cosa iba
más allá. Tú tenías razón en tus salidas. Pero también las tenía Jesús. Iban
por caminos diversos. Y allí es donde está todo el meollo. Jesús sabía lo que
hacía. Te tenía, ciertamente, para un puesto y bueno. Tú aspirabas otro. Pero
te dieron uno mejor, todavía. No te puedes quejar. Te saliste con la tuya. No
resultaron en vano tus salidas e impulsividades, Pedrito.
Ahora bien. Yo me veo en ti, Pedrito. Soy demasiado
inmediatista. Veo las cosas que veo. Y no más allá. No tengo esa capacidad de
mirar un poquito más allá de las circunstancias actuales. Soy impulsivo. A
veces, me controlo, cuando veo clarito que me conviene quedarme tranquilo. Pero
cuando no veo ninguna conveniencia exploto y digo lo que digo. Después me
arrepiento. Casi siempre pongo la torta. Y me duele que sea así. Y, entonces,
me hace sufrir. Y me lamento de mi impulsividad y de mi inmediatez. Y me digo
pero por qué. Y enseguida me consuelo contigo, porque me digo, si Dios se fijó
en mí, fue precisamente, a pesar de todo eso. Ahí está Pedrito. Tranquilo.
Mírate en él. Y me alegro. Aun cuando no entienda muchas cosas y ponga la
torta.
Oye, Pedrito, gracias por estar con tus torpezas. Y creo que
con todo lo que te rayaron los que cuentan los evangelios, es bueno para mí.
Así que gracias a esos chismosos que te querían hacer quedar mal, yo quedo
bien. Sin duda, existe en esa intención de los escritores una inspiración de
Dios y una teología. Gracias en todo caso.
Hasta luego, Pedrito:
Daniel
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