Carta a Ernest Hemingway
Amigo, Ernesto:
Con el anzuelo y arpón en la
mano, quiero saludarte.
Hace mucho tiempo leí tu
libro El viejo y el mar. ¡Qué
manera tan sencilla de expresar grandes ideas! Me gustó en su plenitud. Siempre
te recomiendo a mis amigos. Hasta te han llevado a película.
Tu libro es así: todo comienza con un pescador que lleva
varios días que no tiene suerte en el mar. Regresa a la playa cada mañana sin
grandes recompensas del trabajo de la pesca. El cansancio es la paga a sus
esfuerzos.
Este viejo se hace amigo de un niño quien siempre le lleva
los periódicos, sobre todo, por las noticias de la serie de béisbol de las
grandes ligas.
Un buen día el viejo decide meterse más adentro, en el mar,
a jugárselas todas. Quiere salir de la rutina. Su ambición es traer un pescado
grande que le ayude a superar un tanto
la situación. Alista todo lo necesario para su faena de pescador. Sale un poco
más temprano de lo acostumbrado, guiándose siempre por la luz del reflejo del
faro del muelle. Logra pescar algunos peces pequeños al principio, como
siempre. De repente siente que su cordel es alado con más fuerza de lo común.
Se alegra y se inquieta, a la vez. Pues se considera viejo y sin suficientes
fuerzas. Además, está solo, sin que nadie le ayude. Empieza a darle cuerda al pez misterioso para que
pueda morder bien el anzuelo mortal a medida que éste comenzaba a mover la
lanchita en un viaje inesperado. El viejo sin soltar la presa habla con ella.
No la ve. Y no sabe su tamaño ni la clase de pez. Le deja que se tome su
tiempo, sin embargo.
Pasa así toda la noche. El pez halando y el viejo
aguardando. Hasta que se desata la lucha entre los dos. El viejo en acortarle
la cuerda y llevarlo hacia él, y el pez en hacerle la resistencia. La cuerda le
rompe las manos al viejo. No se rinde. De vez en cuando come un poco de pescado
crudo, del que lleva en la embarcación. Se moja las manos con el agua del mar
para calmar el dolor. Y sigue recortando la cuerda, con mucha fatiga. Hasta que
el pez comienza a ceder. Ya después el pez salta. El viejo lo ve y sabe que se
trata de un pez sierra. Y de los grandes.
Continúa la lucha: el viejo constante, y el pez comenzando a
entregarse. Así hasta que el viejo logra atraer a su presa a la embarcación para
rematarlo a palo. Pero tanto fue lo que le dio que rompe al pez y comienza a
sangrar. Los tiburones al sentir la sangre se acercan a comer. Y, entonces,
otra lucha más. Pedazos del pez se van en las bocas de los tiburones. Y con
ello el trabajo y la fatiga del viejo.
Con lo poco que le dejan los tiburones regresa el viejo a la
playa. Lo trae atado a la embarcación. Sólo con la cabeza y con la espina
dorsal. Al menos, era algo.
En la playa todos estaban preocupados por la tardanza del
viejo. El niño del periódico había perdido las esperanzas de verlo otra vez.
Todos al verlo llegar se le acercan a saludarlo y a admirar lo poco del pez. Se
alegran.
Muy entretenido tu libro, amigo Hemingway. De él saco yo las
siguientes reflexiones, muy para mí: no nos dejemos dejar vencer por todos los
obstáculos que se nos presenten en la vida. Tal vez estamos viejos. Y quizás ya
no hay nada qué hacer. Sin fuerzas y sin nada qué ofrecer. Todo está en nuestra
contra: el mar, la noche, la soledad, las fuerzas físicas, la embarcación, y,
hasta el pez. Pero se puede. Sólo es querer y no rendirse. Y hasta no nos
quedará ni siquiera el hueso del pez. Pero, hay que volver a la playa. Con
mucho, con todo, o con nada. Pero hay que volver.
Gracias, amigo, por tu Viejo y el Mar.
Chao:
Daniel.
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