Carta a Simón
Bolívar
Amigo, Simón:
Como somos venezolanos de
nacimiento los dos, recibe un apretón de manos y unas palmaditas en la espalda
con un fuerte abrazo, propio de nuestra expresión venezolanista[1].
Yo sé que no te ofendes por mi emoción al saludarte. Quizá
te complazcas. Y a lo mejor te sirva de aliento. Porque según cuenta la
historia tus últimos días fueron un poco tristes. Por lo menos así lo reflejas
en tu correspondencia de los últimos años donde manifiestas que no te quieren y
que se han burlado de ti.
Tú eres caraqueño y yo merideño. Y entre estas dos maneras
existe una simpatía natural. El caraqueño representa la Capital y su hablar es
cadencioso y agradable; el merideño personifica un poco al reflexivo y con su
tono específico habla lo necesario. Para un merideño el capitalino impone
respeto. Y tú para mí ofreces un respeto doble: primero, por ser caraqueño; y,
después, por llevar el nombre de El Libertador. Título dado, por cierto, por
primera vez en la ciudad de Mérida, en el año 1813, cuando venías triunfante
desde Colombia en tu famosa Campaña Admirable.
Voy a contarte cómo fue que oí hablar de ti. Y mostrarte mi
admiración. Cuando era niño siempre veía un cuadro sobre ti que estaba en la
pared de nuestro salón de clases. No entendía de quien se trataba. Pero en el
cuadro aparecía un hombre de estatura mediana, más bien flaco, con patillas y
con mirada seria. Tenía un piso de cuadritos, parecido a una tabla de jugar
ajedrez, que simulaba estar muy limpio. Tu ropa era un tanto rara y colgaba de
tu cintura una espada.
Siempre miraba aquel cuadro y si me hubiesen preguntado
quien era el personaje, con toda franqueza, no hubiese sabido contestar. Quizás
me hubiese fijado en la leyenda y hubiese leído tu nombre para salir del paso y
quedar bien.
La maestra hablaba de vez en cuando de ti. Pero yo quedaba
en las mismas. No sabía quien eras. A veces entre los niños de la escuela
repetíamos la siguiente canción infantil: “Simón Bolívar nació en Caracas. Se echó un viento y mató cien vacas”. Esta
canción la cantábamos y repetíamos en nuestros juegos de escolares, mas sin
ninguna picardía. Se aprendía, simplemente. Cada vez que se decía soltábamos
una carcajada.
Fui creciendo y en todas partes oía hablar de ti. En el
liceo los profesores siempre te citaban y cuando alguien daba un discurso salía
a relucir un pensamiento tuyo.
Tengo que confesarte que me parecías fastidioso. En todas
partes estabas tu. Aunque nunca me incomodabas cuando te veía en el papel
moneda o en el sencillo que llevaba para pagar el pasaje o tomarme un refresco
al salir de la clase.
Fue después de mucho tiempo que empecé a preocuparme por
conocerte más. Empecé a leer sobre tu vida, sobre tus pensamientos, sobre tus
viajes, y, hasta algunas de tus cartas, sobre todo después del atentado
septembrino en Bogotá, donde se hace famosa Manuela Sáenz, a quien tu bautizas
después con el título de “La libertadora de El Libertador”, pues te salvó del
atentado.
Tengo que decirte, amigo Simón, que encontré muchas maneras
de cómo te presentaban. Algunos te ponían por las nubes, colocándote como una
especie de semidiós. Para otros, tú eras una enciclopedia, todo lo sabías. Te
presentaban como poeta, como escritor, como administrador, como político, como
militar y estratega; como de todo lo que se pueda imaginar. Para esta
presentación todo en ti era virtud, aun tus errores.
No sé si te gustará lo que voy a decirte, pero creo que
exageraban y exageran. Me hace recordar un dicho popular venezolano que dice
“bueno el cilantro, pero no tanto”.
Otros, como Madariaga y Germán Arciniegas, te desvirtúan,
tal vez como buscando el justo medio, y te ponen un poco menos de la
presentación anterior. Pero considero, que a la larga es bueno, porque nos
hacen verte como de carne y hueso y no como el semidiós de la usanza de la
mitología griega.
Con deseos de saber más de ti me hice socio de la Sociedad Bolivariana.
Y tengo que confesarte, al respecto, otra cosa: me decepcioné porque la mayoría
toma esa asociación como un club. En vez de organizar jornadas de estudio sobre
tu vida u otras facetas de la historia, sólo se limitan a asignar al orador
para cualquier fecha patria. Y en el día asignado todos van a escuchar al
orador, más repetitivo que estudioso, y a colocar una corona de flores, sin
motivar al oyente a un estudio serio sobre la historia. Se vuelven fastidiosos.
Quizás ni sepas qué es la Sociedad Bolivariana.
Te lo voy a decir, rapidito: Después de tu muerte, en 1830, tu cuerpo
permaneció fuera de Venezuela, tu patria natal, doce años. ¿Te acuerdas de la Cosiata ? Bueno. Te
ignoraron y te ignoraban. Esa indiferencia todavía la sufrías aun después de
muerto. Total, muerto es muerto. ¿Para qué hacer honor a un muerto si en vida
se le traicionó? En todo caso, pues, fue en el año 1842, que Rafael Urdaneta
organizó el traslado de tu cuerpo a Caracas, fundando para esa ocasión una
asociación que llevaba el nombre de “Gran Sociedad Bolivariana”, para traerte,
primero; y, después, para perpetuar tu pensamiento al fijar las fechas más importante
de la época de la
Independencia , y con ello resaltar a los personajes de esta
historia. Casi cien años después reorganizaron esa asociación. Hoy funciona en
casi todos los estados de Venezuela, con el segundo objetivo, pues ya estabas
en casa.
¿Qué pasó con tu idea de la Gran Colombia ? Tú ya
lo sabes: se desintegró y no avanzó. La Constitución de Cúcuta, del año 1821, ayudó a que
así fuera. Más tarde la
Convención de Ocaña no resolvió gran cosa, como se esperaba.
No te voy a decir ningún nombre porque ya tú los sabes. Además me pueden decir
chismoso y no quiero problemas. Mientras tanto en Venezuela no tenías muy buena
imagen. En Europa menos que menos. Los de aquí se encargaban de desprestigiarte
a nivel interno. Y en el exterior, ya tú sabes quién. Y eso que tu fuiste
indulgente justamente con ese señor. No me comprometas. No quiero decirte
nombres. Pero, perdóname, chico, tú mismo tuviste la culpa. Porque ese del que
tu y yo sabemos se te alzó en el año 1813, en el Táchira. Y, ¿por qué no fuiste
duro con él y si lo fuiste con el pobre Piar? Tus razones tendrías. Además,
todos sabemos que ese mismo fue quien planificó el atentado de septiembre de
1828. Pero allá tu.
Fue, precisamente, la división interna la que te lleva al
fracaso y a la ruina. Tú lo sabes. Y fuiste su víctima. Tú mismo lo reconoces
en tus cartas de tus últimos años. Por cierto, Simón, te tengo un chisme bueno.
Hay un escritor colombiano que se llama Gabriel García Márquez que escribió un
libro sobre tus últimos días. Lo tituló El
General en su laberinto. A mí me gustó mucho. Me parece que es un libro
muy bueno sobre la soledad y el sufrimiento interior de una persona que se sabe
fracasada. Con esto a lo mejor te ofendo. Pero no es mi intención. Pero quiero
decirte que hay gente que te quiere bien, a pesar de todo. Y ese librito podría
verse como un homenaje para ti. Además, hay una frase que tu dijiste, sabiendo
cómo estaban las cosas, por entonces, respecto a ti. Aquella de “Cristo, Don
Quijote y yo, somos los tres más grandes majaderos del mundo”. Así que, no
tienes porque disgustarte conmigo. Aunque, según algunos esta frase no es tuya,
sino de Piar momentos antes de su ejecución. Pero, no me quiero meter en más
dimes y diretes.
Me estoy haciendo muy extenso. Pero esta cartica no se hace
todos los días. Tenía que aprovechar. ¿No te parece?
¿Sabes qué? Se ha discutido mucho que tu lograste la
independencia política. Pero que el problema es la independencia cultural.
Leopoldo Zea y muchos otros que piensan sobre América Latina, así lo dicen.
Creo, que tienen razón. No te molestes. Pero, fue necesario esto, primero, que
lo que tu lograste. Claro, que había que empezar por algo. Y tu tuviste el
coraje. Ahí está tu mérito.
Tal vez te vuelva a escribir. No le prometo. Vamos a ver.
Chao, Simón:
Daniel
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