jueves, 17 de marzo de 2016

Billo’s Caracas Boy: (del libro El piar de un gorrión)

Billo’s Caracas Boy



Amigo Billo Frometa:

Recibe un cordial saludo. Y un abrazo de amistad y de admiración.
         Desde niño escucho tus canciones con mucha satisfacción y alegría. La gente de mi ciudad bailaba con tus ritmos contagiosos. Cada diciembre tu contagiabas el ambiente. A cada regalo musical tuyo le subían el volumen a la radio. Y tarareábamos tus melodías.
         En la radio hacían programas con tus canciones todas las tardes, a las cinco. Y los sábados, desde las nueve de la mañana sintonizábamos una de las tantas estaciones que nos alegraba con tus bellas melodías. La casa se invadía de alegría. Mis hermanas hacían los quehaceres de la casa con mucho entusiasmo. Ellas también cantaban. Desentonadas, por supuesto. Pero igual cantaban. A veces improvisábamos un bailecito en medio de los oficios. A mí, por lo menos, me tocaba regar las matas o cualquier otro oficio el día sábado. Y lo hacíamos con una alegría contagiosa. ¡Oh, qué  bellos recuerdos, amigo Billo!
         En algunas estaciones de la radio realizaban programas contigo y con los melódicos. Alternaban. Una y una. Aquello era una fiesta familiar y un disfrute que no te puedo contar porque me emociono sólo con recordarlo.
         A pesar de haber crecido, nunca perdimos la simpatía hacia tu música. Por lo que respecta a mí, por lo menos. Tus ritmos: ya una guaracha, o un pasodoble, o un bolero, o una cumbia, o un merengue venezolano, etc.
         Pienso, amigo Billo, que con tu manera de ganarte la vida alegrabas la vida de mucha gente. Por lo menos a mi familia tú la hacías sentir muy especial y unida, sobre todo, los sábados. Y, así, ¡cuántos no olvidarían sus penas y fatigas con tus melodías! ¡Cuántas sonrisas no dabas a muchos rostros cansados por las faenas de todos los días! De hecho, tener en la casa un disco tuyo era un verdadero tesoro. Y bailar con tu ritmo una experiencia maravillosa. Aunque en mi casa no teníamos más que un radiecito. No nos podíamos dar el lujo de un tocadiscos de la época. Pero el radiecito era más que suficiente. ¡Para qué queríamos más!
         Yo sé que lo te voy a decir te va a hacer reír. No importa. Ahora, de viejo pude comprarme un equipito de sonido. Y uno de los primeros discos que me compré fue uno de los tuyos. Siempre lo escucho. Y mire, ¡cuánto disfruto escuchándolo! Y a veces en mi cuarto, sin que nadie me vea, echo mi bailaíta. Y disfruto más todavía. Porque hay en ese detalle una alegría vivida de niño. Hay un recuerdo maravilloso de familia. Hay inconscientemente un revivir mis días de muchacho peleón y alegre. Y feliz. Tú me vas a perdonar, si no sé cómo se baila bien una melodía tuya. Pero déjame bailarla a mi manera. La disfruto. Tal vez mucho. ¡No te lo imaginas!
         Quiero decirte una cosa: gracias por tu música. Gracias por tus composiciones. Gracias por la alegría. Gracias por esos días bonitos que pasaba mi familia, sobre todo mis hermanas, los días sábados. Aunque muchas veces nos llevábamos algún regaño por tu culpa. Pues como le subíamos el volumen al radiecito para poder escucharte en el patio o donde cada uno estuviera haciendo su oficio, nos olvidábamos que a Papá o a Mamá le perturbaba. Pero, sé que muy en el fondo, ellos también la disfrutaban a pesar de nuestras exageraciones.
         Perdóname si te exageré. Pero así era. Bueno te dejo. Quiero ir a colocar en el equipito aquella canción de “epa Isidoro, buena broma que me echaste”, y también, aquella que dice “y es que yo quiero tanto a mi Caracas, que le he pedido al poeta que le pusiera a mi verso toda su inspiración”. Chao. Te prometo que trataré de mejorar en el baile para no ofenderte. ¿Te parece? Chao, chao. Estoy apurado. Además, ¡antes de que se vaya la luz!
         Chaíto[1], pues:
         Daniel




[1] Véase carta a Ángel Rosemblat, página 63.

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