Billo’s Caracas Boy
Amigo Billo Frometa:
Recibe un cordial saludo. Y
un abrazo de amistad y de admiración.
Desde niño escucho tus canciones con mucha satisfacción y
alegría. La gente de mi ciudad bailaba con tus ritmos contagiosos. Cada
diciembre tu contagiabas el ambiente. A cada regalo musical tuyo le subían el
volumen a la radio. Y tarareábamos tus melodías.
En la radio hacían programas con tus canciones todas las
tardes, a las cinco. Y los sábados, desde las nueve de la mañana sintonizábamos
una de las tantas estaciones que nos alegraba con tus bellas melodías. La casa
se invadía de alegría. Mis hermanas hacían los quehaceres de la casa con mucho
entusiasmo. Ellas también cantaban. Desentonadas, por supuesto. Pero igual
cantaban. A veces improvisábamos un bailecito en medio de los oficios. A mí,
por lo menos, me tocaba regar las matas o cualquier otro oficio el día sábado.
Y lo hacíamos con una alegría contagiosa. ¡Oh, qué bellos recuerdos, amigo Billo!
En algunas estaciones de la radio realizaban programas
contigo y con los melódicos. Alternaban. Una y una. Aquello era una fiesta
familiar y un disfrute que no te puedo contar porque me emociono sólo con
recordarlo.
A pesar de haber crecido, nunca perdimos la simpatía hacia
tu música. Por lo que respecta a mí, por lo menos. Tus ritmos: ya una guaracha,
o un pasodoble, o un bolero, o una cumbia, o un merengue venezolano, etc.
Pienso, amigo Billo, que con tu manera de ganarte la vida
alegrabas la vida de mucha gente. Por lo menos a mi familia tú la hacías sentir
muy especial y unida, sobre todo, los sábados. Y, así, ¡cuántos no olvidarían
sus penas y fatigas con tus melodías! ¡Cuántas sonrisas no dabas a muchos
rostros cansados por las faenas de todos los días! De hecho, tener en la casa
un disco tuyo era un verdadero tesoro. Y bailar con tu ritmo una experiencia
maravillosa. Aunque en mi casa no teníamos más que un radiecito. No nos
podíamos dar el lujo de un tocadiscos de la época. Pero el radiecito era más
que suficiente. ¡Para qué queríamos más!
Yo sé que lo te voy a decir te va a hacer reír. No importa.
Ahora, de viejo pude comprarme un equipito de sonido. Y uno de los primeros
discos que me compré fue uno de los tuyos. Siempre lo escucho. Y mire, ¡cuánto
disfruto escuchándolo! Y a veces en mi cuarto, sin que nadie me vea, echo mi
bailaíta. Y disfruto más todavía. Porque hay en ese detalle una alegría vivida
de niño. Hay un recuerdo maravilloso de familia. Hay inconscientemente un
revivir mis días de muchacho peleón y alegre. Y feliz. Tú me vas a perdonar, si
no sé cómo se baila bien una melodía tuya. Pero déjame bailarla a mi manera. La
disfruto. Tal vez mucho. ¡No te lo imaginas!
Quiero decirte una cosa: gracias por tu música. Gracias por
tus composiciones. Gracias por la alegría. Gracias por esos días bonitos que
pasaba mi familia, sobre todo mis hermanas, los días sábados. Aunque muchas
veces nos llevábamos algún regaño por tu culpa. Pues como le subíamos el
volumen al radiecito para poder escucharte en el patio o donde cada uno
estuviera haciendo su oficio, nos olvidábamos que a Papá o a Mamá le
perturbaba. Pero, sé que muy en el fondo, ellos también la disfrutaban a pesar
de nuestras exageraciones.
Perdóname si te exageré. Pero así era. Bueno te dejo. Quiero
ir a colocar en el equipito aquella canción de “epa Isidoro, buena broma que me
echaste”, y también, aquella que dice “y es que yo quiero tanto a mi Caracas,
que le he pedido al poeta que le pusiera a mi verso toda su inspiración”. Chao.
Te prometo que trataré de mejorar en el baile para no ofenderte. ¿Te parece?
Chao, chao. Estoy apurado. Además, ¡antes de que se vaya la luz!
Chaíto[1],
pues:
Daniel
No hay comentarios:
Publicar un comentario