jueves, 17 de marzo de 2016

Carta al Papa Juan Pablo II: (del libro El piar de un gorrión)

Carta al Papa Juan Pablo II

  
¡La bendición! ... ¡La bendición!

Así te saludo, monseñor. Y perdón de entrada por no llamarte ¡Su Santidad!, sino monseñor. Sé que puede resultar ofensivo, pero tiene toda una intencionalidad y una línea de pensamiento. Déjame explicarme, por favor. Sé que tendrás paciencia y que me sonreirás con esa simpatía tan única de tu personalidad cuando me haya explicado. Por lo menos, sé que me escucharás. De eso tengo la absoluta certeza.
Primero lo primero. Te pido la bendición. Los venezolanos les pedimos la bendición a los sacerdotes, ya sea Obispo o un curita de pueblo o de barrio. Total, es sacerdote. Y no estoy diciendo nada que no esté en lo canónico. Pedimos la bendición, cada cual según la región del país. Unos la piden juntando las dos manos. Otros la piden cruzando un brazo o los dos brazos en el pecho. Otros la piden sin ningún gesto, sino solo de palabra, a secas. Pero en todos los casos, con una gran sinceridad y respeto. Sin duda. De hecho, cuando tú viniste por primera vez a Venezuela, ese detalle de pedir la bendición te llamó la atención. Así lo resaltaste en una de tus intervenciones de esa visita y lo hiciste como detalle bonito para resaltar algo de nuestra idiosincrasia. ¡Qué bonito eras!
Y perdón nuevamente… Pero los venezolanos cuando queremos detallar que algo es muy tierno o que nos flecha por su originalidad, decimos que fulano o tal cosa es linda, o bonita… Así en tu caso… Ese detalle bonito te hace muy lindo o muy bonito, porque refleja la grandeza del que resalta el detalle como tal…
Segundo: te llamo monseñor.
Así se les suele llamar, con ese título, a todos los Obispos. Aunque también se les llama así a los sacerdotes que reciben ese nombramiento por la edad, sobre todo, y como reconocimiento se les da el pertenecer a lo que en Derecho Canónico pertenecen a la familia pontificia. Pero, en el caso de los Obispos, es la manera natural por derecho de llamarlos. En tu caso, es igual. Tú eres un Obispo. Y que pasas a recibir el nombre de Su Santidad, por ser el Obispo natural de Roma, y por ello, el representante máximo de la Iglesia. De hecho, en el Derecho Canónico se le llama “Romano Pontífice[1]. El solo hecho de ser el Obispo de Roma, te hace Papa. O sea, el jefe. Por lo menos es lo que se dice en el Código de Derecho Canónico en los cánones 332-333. Y en cuanto a que tiene que ser Obispo, ya lo dice el mismo canon 332, de que, si “carece del carácter episcopal, ha de ser ordenado Obispo inmediatamente”; mientras que si “el elegido para el pontificado supremo que ya ostenta el carácter episcopal, obtiene esa potestad desde el momento de su aceptación”. No dice más, de sí es más que Obispo, u otro carácter que no existe en el Orden sacerdotal. Solamente “Obispo”. Por supuesto, que hay una añadidura disciplinaria, y es que quien asiste al “conclave” para elegir o ser elegido Papa, tiene que ser Cardenal. Pero Cardenal, no es otra cosa que el representante de los Obispos de un país, o los que ostenten ese título en toda la organización de la curia romana. Pero no dice nada el Derecho Canónico de qué título se le debería dar al “Romano Pontífice”. Se le suele llamar “Su Santidad”… Pero, perdón el abuso de confianza, prefiero “monseñor”, a secas y sin más protocolos…
Y al llamarte así estoy haciendo correspondencia a la gran simpatía que tú inspirabas. Verte en los afiches que hacían de ti, o mirar las noticias en donde decían algo tuyo, era muy refrescante. Se sentía uno muy a gusto mirarte. Inspirabas mucha dulzura. Era bonito mirarte.
Eres, realmente, un mundo de cosas. Inspirabas cariño, respeto, dulzura y muchas cosas bonitas. La gente se enloquecía con tus muchos detalles. No sólo porque eras el Papa, o el “Romano Pontífice”, como ya dijimos, sino porque se te veía que amabas en profundidad ser lo que eras: el Vicario de Cristo en la tierra. Se te salía por los poros. Eras una experiencia sublime de contacto humano enriquecedor. Tal vez significó para la Iglesia Católica un gran impulso al acercarse a todos los hombres. Los entendidos llaman a eso la misión "ad gentes", y la misión "ad intra", en la misión de evangelizar y de servir a los hombres de hoy con los medios e instrumentos de hoy. Tú has sido para los hombres y mujeres de ese tiempo una gran bendición. Visitaste casi todos los países y en todos llegabas con tu frescura y don de gente.
Son muchas las ideas y las emociones que se cruzan por la cabeza… Quisiera hablarte de este detalle o de aquel otro, y se me aglomeran las ideas, y no logro ordenar lo que quiero decirte. Pero no quiero hacerme extenso, aunque es bonito recordar los impactos positivos que produjiste cuando pediste perdón por los errores de la inquisición[2], por ejemplo. Así lo decías en aquel famoso documento como Preparación del Jubileo del año 2000[3], cuando decías, que:

Así es justo que, mientras el segundo Milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo.
        
         Por supuesto, que sin caer en lo que en el estudio de la historia se suele llamar “anacronismo histórico”, como lo dejas claro en el mismo documento preparatorio del jubileo, al decir que:

Es cierto que un correcto juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Muchos motivos convergen con frecuencia en la creación de premisas de intolerancia, alimentando una atmósfera pasional a la que sólo los grandes espíritus verdaderamente libres y llenos de Dios lograban de algún modo substraerse. Pero la consideración de las circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre. De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio de oro dictado por el Concilio: « La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas » (35).

Perdón que me haya extendido en las citas, pero es que me emociono y pierdo el control… Además, son muchos los detalles…
Recuerdo, también, tu primera visita a Venezuela. Aquello fue una experiencia muy bonita…
¿Sabes una cosa?
Sufrimos mucho con las noticias de tus semanas largas de enfermedad… Seguíamos los noticieros. A muchos se les hacía imposible pensar que te fueras a morir. Eso nos parecía imposible. Por cierto, que en esos días, un familiar mío lloraba y le prendió varias velas al Dr. José Gregorio Hernández, un beato venezolano y al que se le pide intercesión en momentos difíciles de salud, para que te recuperaras. Yo le dije, que tú estabas muy enfermo, según decían las noticias, y que según el proceso natural del cuerpo humano tú estabas agonizando y te ibas a morir. Me peleó y se disgustó mucho porque le dije eso. Eso no podía ser, según él. Y lloró más porque yo le decía esa crueldad. Le expliqué que así es la naturaleza… es caduca… y que tú, ciertamente, eras Papa, pero que eras un ser humano, también sometido a las leyes naturales, y que en ti se estaba dando esa realidad… No eras la excepción… No me habló más esa noche y se fue a dormir muy molesto conmigo… Al día siguiente, en la noche, a la hora de la cena, me dijo lo siguiente: “¿Sabe, qué?,,, Usted tiene razón… Ahora le prendí una vela a José G. Hernández para que ayude a bien morir al Papa… y que no sufra tanto…
Son muchas las cosas que podríamos seguir tratando, pero, así esta bueno…
Y gracias…. ¡Y,  la bendición, monseñor…!
Chao:
Daniel…





[1] Cfr. Canon 330 y siguientes.
[2]  Cfr. Carta dirigida por el Papa Juan Pablo II al cardenal Roger Etchegaray con motivo de la publicación de las «Actas del Simposio Internacional "La inquisición"». Ciudad del Vaticano, martes, 15 junio 2004.
[3] Carta apostólica, “Tertio millennio adveniente”, del Sumo Pontífice Juan Pablo II al episcopado al clero y a los fieles, como preparación del jubileo del año 2000.  Vaticano, 10 de noviembre del año 1994.

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