jueves, 17 de marzo de 2016

Carta a Daniel Goleman: (del libro El piar de un gorrión)

 Carta a Daniel Goleman


           Con todos los respetos que te mereces… Hola.
          Hace un buen tiempo que leí tu libro “Inteligencia emocional, por qué es más importante que el cociente intelectual”, y tengo que confesarte que  mi visión de las cosas cambiaron desde esa lectura.
Recuerdo que una señora amiga me llevó ese libro para que lo leyera. A mí me llamó la atención el que la señora me llevara ese libro con ese título, y, reconozco, igualmente que me dio un poquito de incomodidad lo de “inteligencia emocional”, y pensé, “ya viene ella a traerme un libro de autoayuda”, de esos que abundan en las editoriales, y que se “venden como pan caliente”, como se dice. Me sentí un poco “tocado” porque, realmente yo soy muy emocional y reacciono, muchas veces, muy a la ligera.
Esta persona amiga siempre me trae libros prestados para que lea. Tiene buena posición económica y vive adquiriendo libros. A estas alturas habrá de tener una muy buena biblioteca, porque siempre vive trayéndome libros muy buenos. Últimamente, cuando necesito un libro en especial, se lo comento y en poco tiempo ella lo adquiere y me lo trae prestado. Ha sido muy útil, porque yo los leo, y por lo general, voy marcando y subrayando lo que considero útil, novedoso e interesante, y después le hago un resumen de ellos, y nos sentamos a comentar. A tal punto, que tenemos un grupito de unas seis o siete personas con los que comentamos los libros, y todos aprendemos. Ha sido muy útil, verdaderamente. Se ha creado una especie de “círculo de lectores”, porque después nos intercambiamos los libros, e, igualmente, nos reunimos espontáneamente a hablar sobre lo que hemos leído. Y cada cual hace sus aportes y sus enriquecimientos desde las lecturas. Gracias a esa persona amiga es que he conocido la existencia de muchos autores, como Osho, por decir uno. Y le estoy agradecido porque me tiene al tanto de muchos temas de actualidad.
Así fue que te conocí. Por medio de esta señora amiga.
Cuando tuve la oportunidad comencé a leerte. ¡Y vaya el mundo de sorpresas bonitas y buenas!
Comienzas a explicar que una cosa es ser inteligente con un coeficiente intelectual alto, y otra, ser inteligente a nivel emocional. Muchos inteligentes de coeficiente sobresaliente, a la hora de la chiquita, como decimos en Venezuela,  no son aptos para desenvolverse bien socialmente. Y que, hoy por hoy, inteligente es aquel que sepa controlar sus emociones y pueda convivir en sociedad. De hecho, después tú insistes en eso en tu segundo libro de esa línea, titulado “Inteligencia social”. Nada nuevo, sin embargo. Ya que eso mismo aparece en libro de Erasmo de Rotterdam, titulado “Elogio a la locura”, escrito muchísimo tiempo antes, en el año 1509. O sea, hace 500 años, por medida chiquita. Claro, que la diferencia está que en Erasmo de Rotterdam era una ironía y un sarcasmo, cuando hablaba de la “inteligencia” de los letrados, de los abogados, y la contrastaba con la sabiduría de los sin títulos, que sabían ser conversadores y disfrutaban naturalmente de lo social, etc.…; mientras que tú, lo fundamentas con estudios fisiológicos y morfológicos de la estructura del cráneo, con la ayuda, por supuesto de la ciencia anatómica. Tú demuestras que existe en el ser humano una estructura hormonal y glandular intrincadamente conectada con todos los circuitos eléctricos para determinadas ocasiones y circunstancias, llamadas estímulos y respuestas. Aunque, viéndolo bien, tampoco era una novedad. Ya otros andaban desde hacía rato en esos estudios. Citemos a Pavlov, por citar uno, nada más.
En todo caso, es que con la lectura de tu libro “Inteligencia emocional”, fue que entendí un poco, no mucho, por supuesto, de por qué todos no actuamos de la misma manera ante los mismos estímulos externos. La razón es que somos distintos y diferentes. Nada nuevo, ciertamente. “Cada cabeza es un mundo”, se dice popularmente. Y aunque digan que es filosofía barata, con todo y barata, es una gran verdad. Pero tu libro ayuda a comprender de que se trata de algo hormonal y de manera individual.
El caso es que lo que nos hace diferentes es lo que ustedes los neurólogos han decidido por llamar “el sistema límbico”. Somos instinto e instintivos, primariamente. Reaccionamos naturalmente por instinto. Es mucho tiempo después que actuamos con la razón. Después de haber pensado y racionalizado ese comportamiento instintivo, con la ayuda de la neocorteza, que sería la parte pensante. Pero antes ha pasado por algunas alcabalas, por decirlo de alguna manera, antes de llegar a pensarse y actuar sobre esa emoción instintiva concreta.
Existe una caja de registros de nuestras emociones históricas. Así como en los aviones existe la famosa caja negra y ahí queda registrado todo lo del viaje, y acudiendo a ella, es que se descubre las razones y las causas de cualquier tragedia porque todo queda grabado… de la misma manera, en los humanos, existe una especie de caja negra que registra y graba todo nuestro historial emocional. Esa caja, en el caso de los humanos, es lo que se llama “la amígdala cerebral”.
Es ahí, en “la amígdala cerebral”, donde queda registrado todo nuestro mundo emocional, que determina nuestro comportamiento. Es determinante.
Así, cada uno es distinto de los demás, en absoluto y sin diferencia, porque cada uno tiene su propio historial emocional grabado en su “amígdala cerebral”. De manera resumida es que a cada reacción emocional hay una respuesta fisiológica, como por ejemplo, con la ira, inmediatamente nos disponemos a la defensa al generarse un ritmo elevado de la frecuencia cardiaca y con ello un alto grado de agresividad. Toda emoción tiene una implicación fisiológica como respuesta. Y en ese intrincado enlace juega un papel muy importante la famosa “amígdala cerebral”.
Hacía tiempo, como unos cinco años, que había leído tu libro. Sorpresa de sorpresas, sin duda. Eso me ayudaba a tratar de comprender muchas reacciones y muchos comportamientos, tanto en mí, como en los demás.
Pero, a raíz de una circunstancia muy especial en mi vida, me vi obligado a volver a leerte, para intentar comprender un mundo de emociones que estaban sucediendo. Resulta que me descubrieron cáncer. Y aquella noticia me tenía entrampado emocionalmente. No hallaba salida emocionalmente. Al volver a leerte, encontré ayuda para comprender mis estados depresivos ante semejante noticia y realidad. Mientras intentaba colocar cada cosa en su lugar, con la ayuda de tu libro, iba escribiendo un libro[1], en el que, entre otras cosas, buscaba resaltar que es necesario que defendamos a toda costa que somos “únicos”. “Cada uno, es cada uno; y dueño de sus cadaunadas”, dice un refrán español. Además de aplicarse lo de que “cada cabeza es un mundo”. No pretendía dar consejos o recetas, tipo formularios, de esas que abundan en las librerías. Trataba de aportar, desde tus contribuciones y recopilaciones de tu trabajo, que nos somos iguales a nadie, a nivel de reacciones y respuestas emocionales, por la sencilla razón de que cada uno tiene su propia caja negra, en donde guarda sus emociones y su historia emocional. Pero, que,  tarde o temprano, la naturaleza que es muy sabia, buscará de manera sincronizada y espontánea, las propias fuerzas y recursos apropiados para salir de cualquier emoción negativa. Ya la naturaleza es positiva, tanto física, como a nivel de mente. Por supuesto, sin olvidar, que por eso se dice que somos psicológicamente fisiológicos. Es decir, que como se siente, se piensa. Precisamente, porque somos naturalmente instintivos. Lo fisiológico nos llevará a sentirnos y a pensar como se siente el cuerpo.
Ese descubrimiento científico y comprobable tú lo recoges en tu libro. Ese es tu aporte maravilloso.
La inteligencia, entonces, consiste, hoy por hoy, en que sepamos conocer nuestras reacciones. Conociéndolas, tratar de hacerlas racional, y haciendo con ellas como una especie de terapia reconstructiva, en fracciones de segundos, tomar decisiones acertadas, a pesar de nuestras reacciones instintivas que nos impulsan a reaccionar espontáneamente como actuamos. Es cuando, entonces, está el aporte de tu segundo libro de esa misma línea, que se llama “Inteligencia social”. Porque la clave está en que todo eso tiene sus repercusiones en nuestro entorno social. Y nuestro conocimiento emocional llevará a nuestro control para mejorar siempre nuestra vida en sociedad. Maravilloso. Maravilloso.
En tu segundo libro de esa colección, la grandeza y el aporte está, en que podemos reciclar nuestro contenido de la caja negra, como dijimos, que era nuestro “mundo límbico” registrado y acumulado en la “amígdala cerebral”. Con ello, volvemos a guardar el archivo de nuestra memoria emocional, con nuevos elementos, con los aportados ahora, desde la nueva experiencia. Es decir, que la naturaleza es tan sabia, que ella misma tiene sus propios códigos y recursos para sanarnos de nuestros recuerdos acumulados, al  reciclarlos desde el autoconocimiento. Es lo que en ese libro tu dices que es el paso “del camino bajo” hacia “el camino alto”. Lo interesante es que, ahora, es demostrable a nivel neurológico. O sea, que se trata de un proceso hormonal y de conexiones eléctricas a nivel de cerebro y órganos.
Todos estos descubrimientos son aplicados hoy en día para todo. Esto nos ha permitido conocernos más y mejor. Tu aporte está en que recopilas ese descubrimiento y lo colocas en tus libros para que los conozcamos.
Si. Todo está en estrecha relación con el sistema límbico, que es natural e instintivo.
Y todo para nuestro mejor conocimiento.
Gracias por tus contribuciones.





[1] Véase el libro “Chévere, cambur pintón”, del P. Daniel Albarrán.

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