Carta a Daniel Goleman
Con todos los respetos que
te mereces… Hola.
Hace un buen tiempo que leí
tu libro “Inteligencia emocional, por qué
es más importante que el cociente intelectual”, y tengo que confesarte
que mi visión de las cosas cambiaron
desde esa lectura.
Recuerdo que
una señora amiga me llevó ese libro para que lo leyera. A mí me llamó la
atención el que la señora me llevara ese libro con ese título, y, reconozco,
igualmente que me dio un poquito de incomodidad lo de “inteligencia emocional”, y pensé, “ya viene ella a traerme un libro de autoayuda”, de esos que abundan en
las editoriales, y que se “venden como pan caliente”, como se dice. Me sentí un
poco “tocado” porque, realmente yo soy muy emocional y reacciono, muchas veces,
muy a la ligera.
Esta persona
amiga siempre me trae libros prestados para que lea. Tiene buena posición
económica y vive adquiriendo libros. A estas alturas habrá de tener una muy
buena biblioteca, porque siempre vive trayéndome libros muy buenos.
Últimamente, cuando necesito un libro en especial, se lo comento y en poco
tiempo ella lo adquiere y me lo trae prestado. Ha sido muy útil, porque yo los
leo, y por lo general, voy marcando y subrayando lo que considero útil,
novedoso e interesante, y después le hago un resumen de ellos, y nos sentamos a
comentar. A tal punto, que tenemos un grupito de unas seis o siete personas con
los que comentamos los libros, y todos aprendemos. Ha sido muy útil,
verdaderamente. Se ha creado una especie de “círculo de lectores”, porque después nos intercambiamos los libros,
e, igualmente, nos reunimos espontáneamente a hablar sobre lo que hemos leído.
Y cada cual hace sus aportes y sus enriquecimientos desde las lecturas. Gracias
a esa persona amiga es que he conocido la existencia de muchos autores, como
Osho, por decir uno. Y le estoy agradecido porque me tiene al tanto de muchos
temas de actualidad.
Así fue que te
conocí. Por medio de esta señora amiga.
Cuando tuve la
oportunidad comencé a leerte. ¡Y vaya el mundo de sorpresas bonitas y buenas!
Comienzas a
explicar que una cosa es ser inteligente
con un coeficiente intelectual alto, y otra, ser inteligente a nivel emocional. Muchos inteligentes de coeficiente
sobresaliente, a la hora de la chiquita, como decimos en Venezuela, no son aptos para desenvolverse bien
socialmente. Y que, hoy por hoy, inteligente es aquel que sepa controlar sus
emociones y pueda convivir en sociedad. De hecho, después tú insistes en eso en
tu segundo libro de esa línea, titulado “Inteligencia
social”. Nada nuevo, sin embargo. Ya que eso mismo aparece en libro de Erasmo
de Rotterdam, titulado “Elogio a la
locura”, escrito muchísimo tiempo antes, en el año 1509. O sea, hace 500
años, por medida chiquita. Claro, que la diferencia está que en Erasmo de
Rotterdam era una ironía y un sarcasmo, cuando hablaba de la “inteligencia” de
los letrados, de los abogados, y la contrastaba con la sabiduría de los sin
títulos, que sabían ser conversadores y disfrutaban naturalmente de lo social,
etc.…; mientras que tú, lo fundamentas con estudios fisiológicos y morfológicos
de la estructura del cráneo, con la ayuda, por supuesto de la ciencia
anatómica. Tú demuestras que existe en el ser humano una estructura hormonal y
glandular intrincadamente conectada con todos los circuitos eléctricos para
determinadas ocasiones y circunstancias, llamadas estímulos y respuestas.
Aunque, viéndolo bien, tampoco era una novedad. Ya otros andaban desde hacía
rato en esos estudios. Citemos a Pavlov, por citar uno, nada más.
En todo caso,
es que con la lectura de tu libro “Inteligencia
emocional”, fue que entendí un poco, no mucho, por supuesto, de por qué
todos no actuamos de la misma manera ante los mismos estímulos externos. La
razón es que somos distintos y diferentes. Nada nuevo, ciertamente. “Cada cabeza es un mundo”, se dice
popularmente. Y aunque digan que es filosofía barata, con todo y barata, es una
gran verdad. Pero tu libro ayuda a comprender de que se trata de algo hormonal
y de manera individual.
El caso es que
lo que nos hace diferentes es lo que ustedes los neurólogos han decidido por
llamar “el sistema límbico”. Somos instinto e instintivos, primariamente.
Reaccionamos naturalmente por instinto. Es mucho tiempo después que actuamos
con la razón. Después de haber pensado y racionalizado ese comportamiento
instintivo, con la ayuda de la neocorteza, que sería la parte pensante. Pero
antes ha pasado por algunas alcabalas, por decirlo de alguna manera, antes de
llegar a pensarse y actuar sobre esa emoción instintiva concreta.
Existe una caja
de registros de nuestras emociones históricas. Así como en los aviones existe
la famosa caja negra y ahí queda registrado todo lo del viaje, y acudiendo a
ella, es que se descubre las razones y las causas de cualquier tragedia porque
todo queda grabado… de la misma manera, en los humanos, existe una especie de
caja negra que registra y graba todo nuestro historial emocional. Esa caja, en
el caso de los humanos, es lo que se llama “la amígdala cerebral”.
Es ahí, en “la
amígdala cerebral”, donde queda registrado todo nuestro mundo emocional, que
determina nuestro comportamiento. Es determinante.
Así, cada uno
es distinto de los demás, en absoluto y sin diferencia, porque cada uno tiene
su propio historial emocional grabado en su “amígdala cerebral”. De manera
resumida es que a cada reacción emocional hay una respuesta fisiológica, como
por ejemplo, con la ira, inmediatamente nos disponemos a la defensa al
generarse un ritmo elevado de la frecuencia cardiaca y con ello un alto grado
de agresividad. Toda emoción tiene una implicación fisiológica como respuesta.
Y en ese intrincado enlace juega un papel muy importante la famosa “amígdala
cerebral”.
Hacía tiempo,
como unos cinco años, que había leído tu libro. Sorpresa de sorpresas, sin
duda. Eso me ayudaba a tratar de comprender muchas reacciones y muchos
comportamientos, tanto en mí, como en los demás.
Pero, a raíz de
una circunstancia muy especial en mi vida, me vi obligado a volver a leerte,
para intentar comprender un mundo de emociones que estaban sucediendo. Resulta
que me descubrieron cáncer. Y aquella noticia me tenía entrampado
emocionalmente. No hallaba salida emocionalmente. Al volver a leerte, encontré
ayuda para comprender mis estados depresivos ante semejante noticia y realidad.
Mientras intentaba colocar cada cosa en su lugar, con la ayuda de tu libro, iba
escribiendo un libro[1],
en el que, entre otras cosas, buscaba resaltar que es necesario que defendamos
a toda costa que somos “únicos”. “Cada
uno, es cada uno; y dueño de sus cadaunadas”, dice un refrán español.
Además de aplicarse lo de que “cada cabeza
es un mundo”. No pretendía dar consejos o recetas, tipo formularios, de
esas que abundan en las librerías. Trataba de aportar, desde tus contribuciones
y recopilaciones de tu trabajo, que nos somos iguales a nadie, a nivel de
reacciones y respuestas emocionales, por la sencilla razón de que cada uno
tiene su propia caja negra, en donde guarda sus emociones y su historia
emocional. Pero, que, tarde o temprano,
la naturaleza que es muy sabia, buscará de manera sincronizada y espontánea,
las propias fuerzas y recursos apropiados para salir de cualquier emoción
negativa. Ya la naturaleza es positiva, tanto física, como a nivel de mente.
Por supuesto, sin olvidar, que por eso se dice que somos psicológicamente
fisiológicos. Es decir, que como se siente, se piensa. Precisamente, porque
somos naturalmente instintivos. Lo fisiológico nos llevará a sentirnos y a
pensar como se siente el cuerpo.
Ese descubrimiento
científico y comprobable tú lo recoges en tu libro. Ese es tu aporte
maravilloso.
La
inteligencia, entonces, consiste, hoy por hoy, en que sepamos conocer nuestras
reacciones. Conociéndolas, tratar de hacerlas racional, y haciendo con ellas
como una especie de terapia reconstructiva, en fracciones de segundos, tomar
decisiones acertadas, a pesar de nuestras reacciones instintivas que nos
impulsan a reaccionar espontáneamente como actuamos. Es cuando, entonces, está
el aporte de tu segundo libro de esa misma línea, que se llama “Inteligencia social”. Porque la clave
está en que todo eso tiene sus repercusiones en nuestro entorno social. Y
nuestro conocimiento emocional llevará a nuestro control para mejorar siempre
nuestra vida en sociedad. Maravilloso. Maravilloso.
En tu segundo
libro de esa colección, la grandeza y el aporte está, en que podemos reciclar
nuestro contenido de la caja negra, como dijimos, que era nuestro “mundo
límbico” registrado y acumulado en la “amígdala
cerebral”. Con ello, volvemos a guardar el archivo de nuestra memoria
emocional, con nuevos elementos, con los aportados ahora, desde la nueva
experiencia. Es decir, que la naturaleza es tan sabia, que ella misma tiene sus
propios códigos y recursos para sanarnos de nuestros recuerdos acumulados,
al reciclarlos desde el
autoconocimiento. Es lo que en ese libro tu dices que es el paso “del camino bajo” hacia “el camino alto”. Lo interesante es que,
ahora, es demostrable a nivel neurológico. O sea, que se trata de un proceso
hormonal y de conexiones eléctricas a nivel de cerebro y órganos.
Todos estos
descubrimientos son aplicados hoy en día para todo. Esto nos ha permitido
conocernos más y mejor. Tu aporte está en que recopilas ese descubrimiento y lo
colocas en tus libros para que los conozcamos.
Si. Todo está
en estrecha relación con el sistema límbico, que es natural e instintivo.
Y todo para
nuestro mejor conocimiento.
Gracias por tus
contribuciones.
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