Carta al Chapulín Colorado
Hola, Chapulín:
¡Y, ahora, quién podrá
defenderme!
Tu, ciertamente, mi querido
Chapulín. Y aparecerás con tu trajecito rojo, con tu chipote chillón, con tus
pastillas de chiquitolina y con tus antenitas de vinil. De seguro aparecerás
por la ventana, o en el closet, o encima de la mesa. Y harás tu aparición,
anunciándote con tu característico saludo: ¡No contaban con mi astucia! Y
tendré que responder con la sorpresa: ¡El Chapulín Colorado!
¡Oh, mi querido Chapulín! ¡Cuánta alegría me da el saludarte
y el escribirte una carta! Tu no podías faltar. Nunca me lo hubiese perdonado
una omisión contigo en estas correspondencias que estoy haciendo, desde hace
algunos días. De hecho, cuando le comenté a algunos de mis amigos que han leído
mis cartas anteriores, que te pensaba escribir una a ti, se alegraron mucho. Y
me animaron. Sí. Sí. Escríbale. Y les noté una alegría especial. Oye, vale,
¡cómo te quieren!
¿Sabes? No sólo ellos te quieren. Te queremos todos.
Inclúyeme a mí. Si vieras cómo me quedo frente a la televisión mirando tus
ocurrencias y torpezas y disfrutando de tus aventuras. A veces lamento que en
el horario que pasan tus aventuras estoy ocupado y no puedo verte. Me quedo con
una pequeña frustración. El otro día le pedí a una persona amiga que grabara en
una cinta de video tu serie. Me hacía la ilusión de poder verte a mis anchas.
Pero no lo hizo. Me dio mucha tristeza. Pero no pierdo las esperanzas de un día
tener par mí solo una cinta de video de tu serie. Por lo menos de algunas.
Me gustas por muchas razones: tú eres generoso. Tienes un
corazón de oro en generosidad. Quieres ayudar a todo el mundo que se halle en
dificultades. Aunque, no sea más que pura intención, ya que eres demasiado torpe.
Y en vez de ayudar la empeoras. Y haces más difícil cada situación. Y,
entonces, con cada torpeza tuya, me privo de la risa. Porque allí está tu
sentido del humor. Y me rió porque en el momento me causas risa. Pero me rió
porque muy en el fondo me encuentro plasmado en ti. Lo que significa que me rió
de mis propias torpezas. Muy buena voluntad, pero sin los medios y
conocimientos suficientes para poder ayudar de verdad. Lo que hace que las
cosas se compliquen. Y te sientes orgulloso de lo sabio que eres y de lo
inteligente porque todo lo tienes bien calculado. Para bien de todos, las cosas
las resuelven los demás o se resuelven por pura casualidad y tu consideras que
lo lograste tu, con tu inteligencia. Y te ufanas. Todos saben que no fue así. Y
eso mismo me pasa a mí. Y tengo que reírme de ti. Porque al reírme de ti me
estoy riendo de mí mismo.
Por otro lado te glorías de tu valentía. No le tienes miedo
ni a nadie ni a nada. Pero es todo lo contrario. Eres cobardísimo. Le tienes
miedo a los muertos, a los fantasmas, a la oscuridad. Y tiemblas ante los más
grandes que tu, que son todos, porque eres pequeño. Y te enfrentas con
cobardía. Sales bien parado. Pero por casualidades. Y te sientes seguro de tu
valentía, fuerza, coraje y osadía. Y me tengo que reír. No me queda
alternativa. Pero ya sabes por qué...
¡Oh, mi querido Chapulín! ¡Cómo no voy a quererte! Formas
parte de mí desde niño. Eres yo mismo con traje rojo y unas antenas de vinil.
Voy a pedirte un favor: no dejes de ser como eres. Así como
eres. Me sentiría muy triste si cambiaras. De seguro me obligarías a cambiar a
mí también. Y eso me va a costar mucho trabajo.
Gracias. Nos vemos. O mejor dicho, hasta la próxima que yo
me vea contigo y en ti cuando te vuelvan a dar en la televisión.
Chao, Chapulín:
Daniel
No hay comentarios:
Publicar un comentario