jueves, 17 de marzo de 2016

Carta al Dr. José Gregorio Hernández. (del libro El piar de un gorrión)

Carta al Dr. José Gregorio Hernández

 Hola, Dr. José Gregorio:

         Recibe un cordial saludo. Y sobre todo un agradecimiento especial por tantas bondades que has hecho a nuestro pueblo.
         Para empezar te desempeñaste como médico. Ya eso es una gran labor. Y después lo hiciste con tanta entrega y abnegación que te hiciste muy especial. Doble agradecimiento.
         Tengo muchas cosas que contarte. Si no lo logro, quedamos pendientes. ¿Te parece? Lo primero que tengo que decirte son muchas cosas como a médico. Pero no se trata de una consulta médica. No te me asustes. Se trata de enaltecer la gran labor de todos tus colegas, que al igual que tu, viven haciendo grandes obras. A veces somos muy desagradecidos. Porque, fíjate: tenemos el mal, cualquiera sea. Acudimos a un experto de la medicina. Nos da el fármaco acertado. Nos sanamos. Y, automáticamente, decimos “gracias a Dios”. Y casi nunca decimos que se debe, ciertamente, al acierto del medico al que fuimos a consultar. Sin duda, que gracias a Dios, porque Dios le dio al hombre la capacidad de dominar lo creado. Además es un imperativo, según nos cuenta los primeros capítulos del libro del Génesis. Sí. Pero no debemos olvidar que el médico tiene que estar estudiando y tiene que tener mucha humildad para reconocer que tiene que estar poniéndose al día, en su rama. Para no cometer errores que a la larga pueden ser mortales. En cierta manera considero, José Gregorio, que somos ingratos y desconsiderados. Eso en el caso de encontrar buenos médicos. Y se encuentran.
         Pero, no todo es así. Encontramos médicos, por otra parte, que desconsideran al paciente. No los toman en serio. Determinan muchas enfermedades sin hacer exámenes. Ni que fueran brujos. Perdóname, la expresión. Pero quiero decirte con ello que a veces les falta seriedad por su profesión. Algunos llaman a esa seriedad, “mística”. Sí. Les falta mística. Una vez me tocó a mí. Estaba mal del estómago. Y fui a uno que era amigo. Apenas me vio me dijo que lo tenía era una cosa ahí con un nombre muy raro. Esos nombres que usan ustedes, los médicos. Yo no entendí. Me hice el tratamiento que me mandó. Pero, nanay-nanay. Es decir, nada de mejoría. Peor, más bien. Volví donde él mismo. Me mandó otro montón de medicinas. Igualito. Entonces, cambié. Fui a otro. Ese me hizo un pocote de exámenes. Como tres días, que si de aquí, que si de allá. Y después de mirar esas cosas que uno no entiende me dijo lo que tenía. Y me mandó un tratamiento. Me mejoré. Gracias a Dios. Ve, José Gregorio, lo injusto que ya estoy siendo. Ya nombré a Dios, y no al médico. Es que así somos. ¿Cómo haremos para cambiar ese comportamiento desagradecido? Pero lo que quiero decirte es que a veces les falta seriedad, o esa cosa que dijimos antes. ¿Cómo fue? ¡Ah, sí: mística! Creo que sea así. Perdóname, la falta de ignorancia, como decía un amigo mío. Pero creo que sea así.
         De la otra cosa que quería hablarte. Es sobre tu santidad. Hacer el bien es propio de santos. Sin duda. Y todos los que lo hacen ya son santos. Para mí, por supuesto. Pero veo un afán de que te hagan santo en los altares. O se es, o no se es. Si tú eres santo por tanto bien que hiciste, ¿para qué sirve que te hagan santo? Si no eres, no porque te hagan, pasas a serlo. Mucha gente te ve con mucha preocupación por ese detalle. La gente te considera. Y acude a ti en sus penurias para pedirte tu intercesión. Eres un consuelo para nuestra gente. Y te consideran milagroso. Además esa no es la esencia de la santidad. Eso es un añadido. Vamos a suponer que tu fuiste realmente un santo: por tus obras y tu sentido de fe. Claro está. ¿Por qué ese empeño en que tantos milagros para que te hagan santo para los altares? Eres santo. Los milagros no son garantía. Eso por un lado. Por otro, creo que la gente exagera con eso de los milagros de los santos. Aquí voy a hacerte una confesión: yo no veo que una cosa tenga que ver con la otra. La santidad es un estilo de vida y un comportamiento. Si tu llevaste ese estilo, maravilloso. ¿Por qué tiene que comprobarse con milagros? Nunca he entendido esas cosas. Creo que la Iglesia Católica tiene que enseriarse al respecto. Se puede desvirtuar el verdadero sentido de la santidad. Creo que hay que reorientar bien las cosas. Y hacer una auténtica teología de la santidad y una teología de los tales milagros de los santos.
         Todo esto para que te tranquilices, José Gregorio. Si tú eres santo, lo eres. Pero lo eres por tu estilo de vida y tu opción existencial. Y no porque tengas que hacer milagros. Eso es una evidente caída en la tentación. ¿No tentó el diablo a Jesús en el desierto al decirle si eres el Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan, o tírate desde el alero del templo? ¿No es lo mismo a decir, si eres santo haz un milagro? Y, ¿no es eso caer en la tentación de demostración, de alardear, de presunción? Y en esto se cae con los milagros que tiene que hacer fulano de tal para demostrar que es santo. ¿Dónde queda, entonces, la humildad que supuestamente llevó ese fulano de tal mientras vivía? ¿No se desvirtúa su santidad con una tal demostración? Insisto que la Iglesia tiene que tomárselas en serio, al respecto. No sea que se esté dando más valor al añadido que a la esencia.
         Perdóname, José Gregorio. Creo que me pasé. Pero es como los médicos ejercen una cierta influencia en los demás. A veces consideramos que ustedes saben mucho y de todo. Y muchas veces hasta los consideramos nuestros terapeutas. Si te ofendí, te pido perdón. En todo caso, si quieres hacer milagros, ¡hazlos!.¡Quién soy yo para oponerme! Pero ya sabes mi manera de pensar. Pero te veo como médico. No me traiciones.
         Será hasta otra vez. Un día de estos te vuelvo a escribir. Tal vez para felicitarte. Tu sabes por qué.
         Chao:


         Daniel

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