Carta al Dr.
José Gregorio Hernández
Hola, Dr. José Gregorio:
Recibe un cordial saludo. Y sobre todo un agradecimiento
especial por tantas bondades que has hecho a nuestro pueblo.
Para empezar te desempeñaste como médico. Ya eso es una gran
labor. Y después lo hiciste con tanta entrega y abnegación que te hiciste muy
especial. Doble agradecimiento.
Tengo muchas cosas que contarte. Si no lo logro, quedamos
pendientes. ¿Te parece? Lo primero que tengo que decirte son muchas cosas como
a médico. Pero no se trata de una consulta médica. No te me asustes. Se trata
de enaltecer la gran labor de todos tus colegas, que al igual que tu, viven
haciendo grandes obras. A veces somos muy desagradecidos. Porque, fíjate:
tenemos el mal, cualquiera sea. Acudimos a un experto de la medicina. Nos da el
fármaco acertado. Nos sanamos. Y, automáticamente, decimos “gracias a Dios”. Y
casi nunca decimos que se debe, ciertamente, al acierto del medico al que
fuimos a consultar. Sin duda, que gracias a Dios, porque Dios le dio al hombre
la capacidad de dominar lo creado. Además es un imperativo, según nos cuenta
los primeros capítulos del libro del Génesis. Sí. Pero no debemos olvidar que
el médico tiene que estar estudiando y tiene que tener mucha humildad para
reconocer que tiene que estar poniéndose al día, en su rama. Para no cometer
errores que a la larga pueden ser mortales. En cierta manera considero, José
Gregorio, que somos ingratos y desconsiderados. Eso en el caso de encontrar
buenos médicos. Y se encuentran.
Pero, no todo es así. Encontramos médicos, por otra parte,
que desconsideran al paciente. No los toman en serio. Determinan muchas
enfermedades sin hacer exámenes. Ni que fueran brujos. Perdóname, la expresión.
Pero quiero decirte con ello que a veces les falta seriedad por su profesión.
Algunos llaman a esa seriedad, “mística”. Sí. Les falta mística. Una vez me
tocó a mí. Estaba mal del estómago. Y fui a uno que era amigo. Apenas me vio me
dijo que lo tenía era una cosa ahí con un nombre muy raro. Esos nombres que
usan ustedes, los médicos. Yo no entendí. Me hice el tratamiento que me mandó.
Pero, nanay-nanay. Es decir, nada de mejoría. Peor, más bien. Volví donde él
mismo. Me mandó otro montón de medicinas. Igualito. Entonces, cambié. Fui a
otro. Ese me hizo un pocote de exámenes. Como tres días, que si de aquí, que si
de allá. Y después de mirar esas cosas que uno no entiende me dijo lo que
tenía. Y me mandó un tratamiento. Me mejoré. Gracias a Dios. Ve, José Gregorio,
lo injusto que ya estoy siendo. Ya nombré a Dios, y no al médico. Es que así
somos. ¿Cómo haremos para cambiar ese comportamiento desagradecido? Pero lo que
quiero decirte es que a veces les falta seriedad, o esa cosa que dijimos antes.
¿Cómo fue? ¡Ah, sí: mística! Creo que sea así. Perdóname, la falta de
ignorancia, como decía un amigo mío. Pero creo que sea así.
De la otra cosa que quería hablarte. Es sobre tu santidad.
Hacer el bien es propio de santos. Sin duda. Y todos los que lo hacen ya son
santos. Para mí, por supuesto. Pero veo un afán de que te hagan santo en los
altares. O se es, o no se es. Si tú eres santo por tanto bien que hiciste,
¿para qué sirve que te hagan santo? Si no eres, no porque te hagan, pasas a
serlo. Mucha gente te ve con mucha preocupación por ese detalle. La gente te
considera. Y acude a ti en sus penurias para pedirte tu intercesión. Eres un
consuelo para nuestra gente. Y te consideran milagroso. Además esa no es la esencia
de la santidad. Eso es un añadido. Vamos a suponer que tu fuiste realmente un
santo: por tus obras y tu sentido de fe. Claro está. ¿Por qué ese empeño en que
tantos milagros para que te hagan santo para los altares? Eres santo. Los
milagros no son garantía. Eso por un lado. Por otro, creo que la gente exagera
con eso de los milagros de los santos. Aquí voy a hacerte una confesión: yo no
veo que una cosa tenga que ver con la otra. La santidad es un estilo de vida y
un comportamiento. Si tu llevaste ese estilo, maravilloso. ¿Por qué tiene que
comprobarse con milagros? Nunca he entendido esas cosas. Creo que la Iglesia Católica
tiene que enseriarse al respecto. Se puede desvirtuar el verdadero sentido de
la santidad. Creo que hay que reorientar bien las cosas. Y hacer una auténtica
teología de la santidad y una teología de los tales milagros de los santos.
Todo esto para que te tranquilices, José Gregorio. Si tú
eres santo, lo eres. Pero lo eres por tu estilo de vida y tu opción
existencial. Y no porque tengas que hacer milagros. Eso es una evidente caída
en la tentación. ¿No tentó el diablo a Jesús en el desierto al decirle si eres
el Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan, o tírate desde el
alero del templo? ¿No es lo mismo a decir, si eres santo haz un milagro? Y, ¿no
es eso caer en la tentación de demostración, de alardear, de presunción? Y en
esto se cae con los milagros que tiene que hacer fulano de tal para demostrar
que es santo. ¿Dónde queda, entonces, la humildad que supuestamente llevó ese
fulano de tal mientras vivía? ¿No se desvirtúa su santidad con una tal
demostración? Insisto que la
Iglesia tiene que tomárselas en serio, al respecto. No sea
que se esté dando más valor al añadido que a la esencia.
Perdóname, José Gregorio. Creo que me pasé. Pero es como los
médicos ejercen una cierta influencia en los demás. A veces consideramos que
ustedes saben mucho y de todo. Y muchas veces hasta los consideramos nuestros
terapeutas. Si te ofendí, te pido perdón. En todo caso, si quieres hacer
milagros, ¡hazlos!.¡Quién soy yo para oponerme! Pero ya sabes mi manera de
pensar. Pero te veo como médico. No me traiciones.
Será hasta otra vez. Un día de estos te vuelvo a escribir.
Tal vez para felicitarte. Tu sabes por qué.
Chao:
Daniel
No hay comentarios:
Publicar un comentario