jueves, 17 de marzo de 2016

Don Quijote de la Mancha: (del libro El piar de un gorrión)

Don Quijote de la Mancha


         Sr. Don Quijote:

Ilustrísimo Caballero Andante:

         Al saludarte y al tutearte, quizá, te ofendas, pues eres el Caballero que ocupa el más alto sitial en las aventuras de tus imaginaciones. ¡Su majestad!  
         Soy como tu humilde escudero, Sancho. A lo mejor te rebajo al saludarte con mucha confianza. Es que así somos los de origen humilde: nos dan la mano y nos tomamos todo el brazo. Espero que no me reprendas por esta mi osadía de tutearte. Ya me imagino una lanzada tuya por mi atrevimiento y una refriega por mi abuso. ¡Y bien que me la merezco por no saber guardar las distancias! Pero sé, sin embargo, que tú eres de buen corazón y me sabrás perdonar.
         Cuando era estudiante leí tus aventuras. Me gustaban mucho. Las leí dos veces. Al extremo de dedicarme a leerte mientras algunos profesores daban sus clases de otras materias. Me estabas desquiciando a mí también. Desde entonces empecé a sentir mucha simpatía por ti.
         Tus muchas lecturas de libros de caballería tanto te desquiciaron el sano juicio que empezaste a creer que tú eras la continuación de ese oficio tan alto y beneficioso para la humanidad. Te propusiste, como consecuencias de las lecturas, vengar agravios, enderezar entuertos. Y te convertiste en el hombre de la justicia. Aunque, viéndolo bien, cada actuación tuya creaba una injusticia mayor de la que quería enderezar. Al punto de que te “salía lo roto por lo descosido”, como dice el refrán. O lo que es lo mismo a decir, que era “peor el remedio que la enfermedad”, a pesar de todas las insistencias de tu fiel escudero, Sancho Panza, quien trataba siempre de hacerte entrar en razón.
         Te empecinaste en que eras el Caballero más excelso de la historia. Te inspirabas en los grandes de ese oficio para copiar hazañas y superarlos en valentía y coraje. Pero todo te salía al revés. Te olvidaste que aquello sólo era ficción y fruto de tu imaginación y no la realidad. En vano resultaba llevarte la contraria.
         Todos te miraban con lástima y hasta se burlaban de ti. Tu facha y figura no invitaban a otra cosa. Tú, sin embargo, querías imponer respeto. Cosa que nunca lograbas. Sino, que más bien, despertaba la risa.
         Como inspiradora de tus aventuras pusiste a Aldonza Lorenzo, la hija de Lorenzo Corchuelo. Te figuraste que era de una belleza única. A tal punto bella que la llamabas la de belleza sin par. Le cambiaste el nombre, como era tu costumbre con todas tus cosas. Al caballo le cambiaste el nombre. A ti mismo te cambiaste el nombre. Y no podía faltar la inspiradora de tus aventuras. La llamaste “Dulcinea del Toboso”. Y hacia ella iba toda tu inspiración. Y te referías a ella como “tu dulce enemiga”.
         Tu caballo, al que también le cambiaste el nombre, hacía pareja contigo. Tan flaco y débil como tú. Tal para cual. Rocinante lo bautizaste.
         Con todas tus locuras, se estaban dando en tu persona tres actitudes humanas, que valen la pena resaltar, amigo Quijote. Una: lo que creemos que somos. Dos: lo que creemos que los demás piensan que somos. Y tres: lo que en verdad somos. En tu caso concreto se aplican las tres. Una: tu creías que eras un Caballero Andante. Dos: tu veías que los demás pensaban que tu no eras un Caballero Andante. Y tres: eras en verdad un loco de remate. Pero como tu vivías según como tu creías, eras feliz, a pesar de todo. Cada hazaña que se volvía en contra tuya te dejaba mal parado. Pero acrecentaba la imagen que tú tenías de ti mismo. Y te consolabas con pensar que esa era la suerte para los hombres de tu oficio. Cada aventura tuya te alimentaba tu propia imagen. Y con ello le dabas fundamentos a los demás para convencerse que realmente estabas loco.
         Tu apariencia iba empeorando. Te fuiste quedando sin dientes y más flaco cada vez. Tanto que a tu fiel escudero se le ocurrió bautizarte como el “Caballero de la Triste Figura”. Así estarías. Pero tú te realizabas. Ese era tu mundo mental, hasta que te desquiciaste por completo. Pobre de ti, según los que te veían.
         A pesar de todo eso, me pareces un personaje muy interesante. Te movía la buena intención. Querías cobrar injusticias, aun cuando las crearas peores. Querías ser el hombre de bien. Así te salieran las cosas al revés. Me pareces un loco bueno. Y eso me hace reflexionar sobre los locos de nuestra sociedad, a quienes muchas veces los clasificamos de gente rara. Ahí está la gravedad de los que nos sentimos cuerdos.
         Es entonces la parte buena de Sancho Panza, tu escudero. Él te seguía en tu locura y te sabía comprender. Te ayudó a realizarte, muy a costa suya, ya que a él le tocaba siempre la peor parte en todas tus ocurrencias. Tú las inventabas. Y él sufría las consecuencias, como aquel brebaje que inventaste para curar los golpes y  morados, según tus recuerdos de una medicina milagrosa de tus lecturas.
         Fíjate, amigo Don Quijote. Ya sacamos una lección de aventura desventurada: “Cada Quijote necesita de un Sancho Panza”. Además, todos tenemos algo de ti: un poco de locos. Necesitamos tener a nuestro lado a un Sancho.
         A pesar de todo te envidio. Ya que tu viviste como te imaginaste. Un tanto extremista. Pero creo que necesitamos vivir según nuestra mentalidad. En cierta manera tener un poco de loco. Claro, no tanto como tú. Pero sí un poco para poder ser diferentes del común. Y arriesgarnos a ello.

         Chao, “Caballero de la Triste Figura”:


         Daniel

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